La pandemia del COVID-19 ha paralizado al mundo. La fácil y rápida propagación del virus ha obligado a la clausura temporal de los centros educativos, a la paralización de sectores productivos no esenciales, al cierre de fronteras y a la declaración de cuarentenas colectivas.
En este contexto compartido a escala global, el Fondo Monetario Internacional ha advertido que durante 2020 la economía mundial entrará en recesión pero que en 2021 es probable un rebote en la actividad productiva.
En América Latina y el Caribe, los pronósticos más optimistas antes de la pandemia apuntaban a un tímido crecimiento regional de 1,6%. No obstante, los profundos cambios en las condiciones de los principales socios comerciales y de inversión, la caída en los precios de los productos primarios y, más importante aún, el impacto del virus a lo interno de los países, llevarán a la región a sumarse al desempeño negativo del resto del mundo.
Ciertamente, pareciera que la materialización de una recesión durante 2020 no está en discusión y los esfuerzos en el plano económico deberán orientarse a reducir al máximo el daño que deja a su paso esta emergencia.
Frente a las necesidades de acciones efectivas y ante la presencia de niveles de incertidumbre con pocos precedentes, los hacedores de políticas han puesto en marcha medidas que toman en cuenta las lecciones aprendidas a lo largo de la historia y se sujetan a los principios de los programas de asistencia a economías en crisis.
En este sentido, y como lo reseña el economista Santiago Franco de la Universidad de Chicago, las intervenciones pueden segmentarse en políticas de prevención y de mitigación, persiguiendo al menos dos grandes objetivos: a) garantizar un consumo mínimo diario de la población más afectada y, b) mitigar los efectos de largo plazo de los choques transitorios.
Para favorecer la prevención, las medidas apuntan al fortalecimiento de los sistemas de salud, a la detección temprana de amenazas para la propagación del virus, al distanciamiento social y al cierre de fronteras.
En la esfera de la mitigación, se busca mantener y potenciar los programas de asistencia social, priorizar las áreas de gasto público con énfasis en la atención a la salud, apoyar la supervivencia de las micro, pequeñas y medianas empresas como fuente principal de empleo e ingresos de la clase trabajadora y garantizar la estabilidad macroeconómica para retomar la senda de crecimiento en el corto plazo.
En la búsqueda del éxito de estas medidas, las tecnologías digitales son un aliado fundamental no solo en la tarea de contener la pandemia, sino en generar soluciones que perduren luego de la situación de crisis y contribuyan a la superación de los problemas de baja productividad y desigualdad social que azotan a la región. En este sentido, trabajar en materia de digitalización es un nicho en el cual se pueden alcanzar significativos avances que sobrevivirán a la crisis.
A continuación, una breve recopilación de los ámbitos en los cuales el aprovechamiento de las tecnologías digitales está marcando y podría marcar en el futuro grandes diferencias:
En estas coyunturas tan complejas es cuando se valoran más las acciones estratégicas de los buenos tiempos pasados. Por ello, los esfuerzos presentes deben contemplar no solo la erradicación de la pandemia sino también la construcción de capacidades para catalizar la productividad y el crecimiento.
* Eduardo Piña, es Economista, Especialista de Estudios y Propuestas de la Secretaría Permanente del SELA