En febrero de 2021, en la XXI Reunión del Foro de Ministros del Medio Ambiente de América Latina y el Caribe, se firmó una decisión sobre producción y consumo sostenibles y economía circular, acompañada del lanzamiento de una Coalición de Economía Circular para la región que acelere la transición en esta materia. Esto basado en las más de 80 iniciativas que ya se estaban implementando en las políticas públicas, y el número cada vez mayor de hojas de ruta y estrategias nacionales que estaban en desarrollo en los distintos países.
A un año de ese hito, la coalición acaba de lanzar un documento que busca establecer una visión compartida para la economía circular en América Latina y el Caribe, que aproveche sus propias características de desarrollo, geográficas y de recursos para dar forma a una experiencia de economía circular propia de la región, y que la posicione un actor clave y con liderazgo en la transición global hacia una economía baja en carbono y alineada con los ODS.
Basada en las actividades que ya están presentes en cada país de forma individual, el objetivo de esta visión es generar las condiciones para implementarlas a gran escala a través de la acción colectiva. Así, su objetivo declarado es “crear una dirección común a seguir para los actores de la región (gobiernos, empresas, financiadores, sociedad civil, investigadores y más) para crear una economía circular próspera en América Latina y el Caribe (…) Supone un paso adelante en el desarrollo de un modelo de desarrollo económico saludable, regenerativo y resistente para la región. Uno que apoye la recuperación de la pandemia y brinde mayor bienestar, diversidad de empleo y cadenas de valor locales y oportunidades de innovación”.
“Tener un entendimiento común de lo que es economía circular y cómo ella debe ser en América Latina y el Caribe es esencial para que empresas y gobiernos realicen esa transición. Esta visión inspiradora ayudará a todos los actores a cooperar, a aprovechar todas las oportunidades e impulsar una nueva ola de desarrollo sobre la base de un modelo de economía circular que beneficia a la sociedad, las empresas y el medio ambiente”, dice Luisa Santiago, líder para América Latina de la Fundación Ellen MacArthur, uno de los ocho socios estratégicos de la iniciativa.
Actualmente, señala el documento, los formuladores de políticas y las empresas de América Latina y el Caribe ya están comenzando a integrar los principios de la economía circular en sus políticas y estrategias de negocio; y a desarrollar soluciones innovadoras que conduzcan al surgimiento de empresas nativas circulares. También están construyendo redes dentro y a través de las cadenas de suministro.
Un ejemplo de ello, agrega, es el Pacto Chileno de los Plásticos lanzado en 2019, “de múltiples stakeholders, con el objetivo de explorar oportunidades para ofrecer una economía circular para los plásticos en el país. El Pacto convoca a los actores de toda la cadena de valor de los plásticos junto con la sociedad civil y los formuladoresde políticas, que están unidos detrás de una visión común y conectados a una red global.
Y si bien sus impulsores aclaran que esta visión no tiene la intención de aportar una estrategia paso a paso para la transición, ni ser exhaustiva al destacar oportunidades y acciones, si propone algunos lineamientos para la adopción de los principios de la economía circular -y para aplicarlos- para cuatro actores claves en esta transición: los formuladores de políticas, las empresas, los ciudadanos y el mundo financiero.
Cuatro actores claves para el cambio
En el caso de los gobiernos, definidos como “los facilitadores”, se proponen acciones en cinco áreas claves. La primera de ellas es la estimulación del diseño para la economía circular, por ejemplo, a través de regulaciones o subsidios, o bien requiriendo que los productos sean reparables o tengan ciclos de uso extendidos a través de una mayor durabilidad, modularidad, reutilización, potencial de remanufactura y requisitos de reciclabilidad.
También se propone ir más allá de la gestión de residuos para gestionar los recursos y preservar su valor -como el desarrollo de la Responsabilidad Extendida del Productos (REP)-; crear crear las condiciones en la economía para que las opciones de economía circular se conviertan en norma (alineando impuestos, subsidios y fondos estatales con los resultados de la economía circular para impulsar esta transición); invertir en respaldar la innovación, la infraestructura y las habilidades; y colaborar para el cambio de sistema, involucrando a todos los sistemas gubernamentales para garantizar que las políticas nacionales e internacionales estén alineadas.
En el caso de las empresas, estas son definidas como “los implementadores”. “Las empresas de la región de todos los tamaños, desde mipymes y startups disruptivas hasta grandes corporaciones, pueden impulsar cambios internos para la transición hacia la economía circular. Al abordarlo con una mentalidad de diseño de economía circular, las empresas pueden enfocarse en las necesidades de los usuarios (y, por lo tanto, diseñar mejores productos y servicios), y alejarse del sistema en el que operan, afrontando las causas fundamentales de los desafíos globales”, afirma el documento.
Así, la idea es que actúen en una serie de aspectos, partiendo por la estrategia y planificación: hacer de la economía circular una prioridad de liderazgo, explícita en la estrategia empresarial; incorporar sus principios en los modelos de negocio; evaluar y gestionar los riesgos de la transición hacia una economía circular; establecer los objetivos de la transición y crear planes de implementación.
A esto se suma el apoyo a la innovación y el desarrollo -desde la alta dirección-, comunicar la estrategia y planes de economía circular a personas y equipos de la organización, deplegar sistemas digitales para respaldar la implementación de productos o servicios circulares, e involucrar en este proceso a los múltiples actores de la transición (proveedores, clientes, formuladores de política, inversionistas, etc.) y participar en iniciativas de colaboración empresarial en esta materia.
Un aspecto clave para las empresas está relacionado con los productos, materiales y servicios. En este ámbito, señala el documento, su rol es “garantizar el diseño y uso de productos, materiales y servicios en modelos de negocio circulares funcionales y cadenas de valor; seleccionando, utilizando y combinando materiales de forma que se haga posible la reutilización, reparación, renovación o desmontaje, así como la regeneración de la naturaleza en los sectores de la alimentación y la bioeconomía”.
En el caso de los ciudadanos, los “participantes activos”, tienen un papel fundamental, agrega la porpuesta: “Los cambios de comportamiento y los estilos de vida sostenibles son factores clave para acelerar y escalar la economía circular, por lo que los ciudadanos, los clientes y los consumidores deben integrarse y empoderarse en los procesos de diseño de economía circular. También tienen el poder de hacer que otras partes rindan cuentas, a través de las urnas y, cuando sea apropiado y asequible, a través de aquello que escogen consumir”.
¿Cómo pueden participar activamente en esta transición? Primero, repensando cómo se satisfacen sus necesidades. Por ejemplo, señala, pasando de ser propietarios de productos a acceder a un producto a través de un modelo de servicio cuando lo necesiten. “Al hacerlo, no necesitan comprar los productos, pero aún así pueden beneficiarse de ellos. Pueden pasar de ser consumidores a ser usuarios. De esta manera, los productos alcanzan una tasa de uso más alta y, en un modelo de servicio, las empresas se ven incentivadas a admitir ciclos de uso más prolongados. Esto, a su vez, crea oportunidades económicas, y al mismo tiempo reduce la necesidad de crear nuevos productos que suponen la extracción de recursos primarios”, afirma el documento de visión compartida.
Además, los ciudadanos pueden participar en planes de intercambio de productos; involucrarse en la reparación, renovación o remanufactura; participar en planes de recogida y devolución de productos; y apoyar los sistemas de segregación, reciclaje y compostaje de productos.
Y, finalmente, pueden también rechazar los bienes insostenibles. “Cuando se dispone de una alternativa asequible alineada con los principios de la economía circular, el hecho de negarse a comprar o consumir productos o servicios insostenibles y de diseño lineal envía unafuerte señal al mercado. Esto apoya a las economías en la transición hacia productos y servicios más circulares, y permite que las empresas implementen a gran escala la oferta de productos y servicios asequibles diseñados para una economía circular, permitiendo una participación inclusiva de todas las personas”, plantea.
Por último, está el rol que juega el mundo financiero, los inversionistas. “En los últimos dos años -señala el documento-, la cantidad de fondos de capital público que invierten en la economía circular en todo el mundo experimentó un fuerte aumento. Pasó de tan solo uno en 2018 a diez a mediados de 2020, impulsados principalmente por proveedores mundiales líderes como BlackRock, Credit Suisse y Goldman Sachs. Una tendencia similar está ocurriendo en América Latina y el Caribe. En diciembre de 2020, había más de 26 fuentes de financiación circular disponibles en la región”.
Según señala, actualmente existen oportunidades tanto para los inversores públicos como para los privados, y las asociaciones público-privadas y las soluciones financieras combinadas pueden hacer que se invierta en proyectos desafiadores. En el caso del sector privado, por ejemplo, esto puede ser a través de instrumentos de deuda, instrumentos híbridos e instrumentos patrimoniales. Y en el caso de las inversiones públicas, esta puede centrarse en inversiones en actividades en etapa inicial, el financiamiento de proyectos de infraestructura física y digital, invertir en el desarrollo de habilidades y en la reurbanización económica.