De Ecuador a Estados Unidos: migrantes que salen, remesas que llegan
21 de noviembre de 2022
Fuente:
https://piedepagina.mx/
ECUADOR Y CIUDAD JUÁREZ / MÉXICO.- Cinthya agarra el celular, busca en el WhatsApp el contacto de su mamá, Lupe Calle Peralta, y le empieza a contar cómo le fue en el día. Si algo bueno pasó, le escribe; si está contenta, le cuenta por qué; si algo ocurrió, detalla los acontecimientos.
Cinthya escribe y escribe en el celular con la esperanza de que Lupe responda, pero en la pantalla solo hay una palomita: un visto bueno que dice que el mensaje se fue, pero no llegó al destinatario.
Desde el 12 de junio de 2021, al otro lado del chat solo hay silencio.
Cinthya vende frutas en El Arenal, el mercado mayorista más grande de Cuenca, la tercera ciudad del Ecuador con el mayor número de habitantes. En el mismo sitio, hasta el año anterior, trabajaba su mamá. Lupe tenía un “cyber”, un espacio en donde alquilaba computadoras con internet, pero el negocio no era próspero. Cuando en marzo de 2020 el gobierno ecuatoriano, entonces encabezado por el presidente Lenín Moreno, declaró la emergencia sanitaria en Ecuador, todo se vino abajo. Si antes de la pandemia había deudas que se pagaban con mucho esfuerzo, con el confinamiento la situación se complicó todavía más.
—A mi hermana eso le quemó—, dice José Calle, con cierta rabia.
José es hermano de Lupe. Antes de hablar de ella, escucha a quien le pregunta sobre el caso; analiza, observa. Desde que desapareció su hermana se volvió más callado, más cauto, al igual que Cinthya. Para acordar la cita para conversar sobre la desaparición de Lupe, por ejemplo, no comparte una dirección sino en la víspera de la entrevista; esta ocurre en un lugar abierto, en el patio de una casa en la que nada indica que ahí vive una familia que está sufriendo.
Solo una vez que consideran que ha llegado el momento de narrar los hechos, se yerguen, toman aire y reúnen fuerzas.
El 26 de mayo de 2021 Lupe Calle dejó Cuenca para trasladarse hacia Latacunga, una ciudad pequeñita ubicada en el norte de Ecuador que se convirtió en una terminal para migrantes. Por su conexión directa con México, que en 2018 dejó entrar a los ecuatorianos sin la necesidad de una visa, el aeropuerto de Latacunga se volvió el espacio propicio para salir de Ecuador y llevar a cabo el plan que miles de familias ecuatorianas se han trazado desde el siglo pasado: llegar a Estados Unidos, hacer dinero, y mandarlo a quienes tuvieron que dejar atrás: hijos, padres, hermanos.
Lupe tenía la misma idea: dejar a Cinthya, su hija mayor, a cargo de sus otros tres hermanos de 23, 12 y 8 años, mientras ella llegaba a Estados Unidos sin papeles. El viaje, el cruce y la llegada a ese país ya lo habían hecho dos hermanas de Lupe hace más de dos décadas. Ahora, creía Lupe, era su turno.
—Yo solo supe del viaje de mi hermana cuando estaba por irse —dice José—. Yo le dije que si estaba segura. Le pregunté con quién se iba, quién le iba a llevar, y ella me dijo que estuviera tranquilo, que todo estaba visto ya. Desde allí ya empezaron mal las cosas.
A diferencia del resto de la familia, Cinthya sabía quién era la persona que su mamá había contratado para el viaje, el costo, el itinerario y la ruta. Principalmente la ruta: Latacunga-Ciudad de México-Ciudad Juárez-Estados Unidos.
—Mami salió el 26 de mayo de Cuenca. Estuvo diez días en México D.F, y luego la llevaron a Ciudad Juárez. Estuvo allí hasta el 11 de junio. El contrato que se había hecho era que ella no iba a pasar por el desierto, que no iba a pasar por allí—, cuenta Cinthya.
La familia no quería saber nada del desierto de Estados Unidos, sobre todo si se tenía que caminar por él. La razón es que hacia finales del 2020 los medios de comunicación, principalmente aquellos que funcionaban en el Austro ecuatoriano, conformado por las provincias del Azuay —cuya capital es Cuenca—, Cañar y Morona Santiago—, empezaron a repetir la palabra “desierto” en las crónicas sobre el calor extremo del verano norteamericano, la dificultad para caminar por las tierras áridas, y el abandono —y posterior desaparición— que sufrían los emigrantes, lo cual alertó a las familias que estaban pensando emigrar.
Con el miedo de que algo pudiera pasar en el desierto inhóspito, Lupe y su hija acordaron pagar 17 mil dólares para que la coyote —apelativo usado para nombrar a las personas dedicadas al tráfico de migrantes— evitara esa región que ya estaba dando infortunios a las familias ecuatorianas.
—Una amiga de mi hermana ya había viajado con esta coyote, que le había hecho llegar a Estados Unidos rapidísimo. Había una buena referencia—, recuerda José.
Según el plan, una vez en Ciudad Juárez, saldrían en un vehículo para realizar un viaje de dos horas; después, de acuerdo con lo que había dicho la coyote, tendrían que caminar por dos o tres horas como máximo, y llegarían a Estados Unidos. Pero nada de eso pasó: Cinthya recibió un mensaje desde Ciudad Juárez en el que se le informaba que la ruta que se pactó “estaba quemada”.
—Que la ruta esté quemada significa que no podían ir por allí porque ya habían cogido a muchas personas. Era peligroso —explica Cinthya—. Si se quería ir por la misma ruta, mami tenía que esperar dos meses. Y no había plata para esperar. Entonces lo que se tenía que hacer era caminar por el desierto —dice Cinthya.
Entre el 7 y la víspera del 11 de junio de 2021, Lupe enviaba mensajes a Cinthya: ya salimos mañana, ya salimos mañana; sin embargo, no salían de Ciudad Juárez. El 11 de junio Cinthya recibió un mensaje en el que su madre le aseguró que estaban dirigiéndose hacia El Porvenir porque, un día después, empezarían con la caminata para entrar a Estados Unidos.
El sábado 12 de junio, a las ocho de la mañana, Lupe le mandó otro mensaje por WhatsApp: “Nos van a quitar el celular. Entre el lunes y martes, si Dios quiere, estaremos allá”.
Ese fue el último mensaje que recibió Cinthya por parte de Lupe. Esa fue la última vez que Cinthya supo de su mamá.
Ciudad Juárez es la localidad fronteriza de Chihuahua que colinda con los estados de Texas y Nuevo México, en Estados Unidos. Por su ubicación, ha sido ruta del tráfico de migrantes que se dirigen hacia el norte desafiando las condiciones del desierto y la violencia del crimen organizado. También es polo de atracción de la actividad maquiladora desde hace más de 50 años, lo que impulsó un crecimiento urbano desordenado que hasta la fecha persiste.
En esta ciudad habitan más de un millón y medio de habitantes, de los cuales casi un 40 por ciento son personas migrantes, provenientes de otros estados y de otros países. En la última década, a partir de lo que se llamó la “guerra contra las drogas” iniciada por el entonces presidente de México, Felipe Calderón, fueron asesinadas ahí más de 13 mil 500 personas.
La frontera amurallada por Estados Unidos es una realidad desde hace más de dos décadas en esta región. Sobre un paisaje arenoso y a pocos metros de que inicien los caseríos por el norponiente, se extiende una valla metálica. Es el muro que se colocó ahí en septiembre de 1995, bajo el gobierno de George W. Bush, en ese entonces era una malla ciclónica que a mediados del 2016 fue sustituida por una valla metálica pegada por el bordo del río Bravo.
La barda dividió a una comunidad binacional con una dinámica que, según datos de agencias de ambos países, moviliza a diario a unos 60 mil fronterizos que se trasladan entre Ciudad Juárez, El Paso y Santa Teresa –o viceversa–. Por eso Juárez es la frontera más porosa del norte del país. Comparte seis cruces internacionales con Estados Unidos, de los cuales cinco son puentes y sólo uno es un paso terrestre.
En los últimos años, con el reforzamiento de la seguridad en la frontera entre ambos países, las rutas para los migrantes que intentan entrar a Estados Unidos sin documentos se ha vuelto más peligrosa, no solo por el riesgo que implica cruzar por el desierto o por el río, sino porque para los migrantes que requieren de una visa para entrar a México —y este es el caso actual de los ciudadanos ecuatorianos— el cruce por territorio mexicano se ha sumado a la carrera de obstáculos. Las rutas que eran habituales para cruzar por México —por ser las más cortas—, que llevaban a los migrantes a cruzar por los estados de Tamaulipas o Nuevo León, dejaron de ser frecuentadas tras las masacres de San Fernando, en Tamaulipas, en 2010 y la de Cadereyta, Nuevo León, en 2012, perpetradas por el cartel de Los Zetas. Entonces Chihuahua se volvió la ruta utilizada por los coyotes.
En los últimos dos años, Chihuahua ha estado a la cabeza de las entidades con más personas migrantes reportadas como desaparecidas; pero, además del crimen organizado, el cruce por Chihuahua representa un riesgo adicional para los migrantes que no cuentan con documentos, porque esta es la entidad con más detenciones por parte de la autoridad migratoria mexicana, según datos del propio gobierno de México.
Antes de que se le quiebre la voz, Cinthya relata lo que vino después del último mensaje:
—Yo le escribí a la coyote el domingo y ella me dijo que todo estaba bien. El lunes me dice que ya mismo han de llegar. Pero el martes me llama y me pregunta si no me he comunicado con mami, y después me pide el número de ella, y ya me pareció raro. El miércoles, como a las doce del día, la coyote me dice que mami se quedó, que no avanzó a caminar más. Me dice que llamemos a migración de Sierra Blanca [en Texas], porque no saben dónde está— recuerda.
Que se quedó en el desierto, que estaba bien, que estaba mal, que ya no quiso seguir: las versiones y contradicciones llegaban a los oídos de Cinthya cuando se supo que Lupe había desaparecido. En los días posteriores la familia se activó en redes sociales: ingresaron a los grupos de desaparecidos en la frontera de México y Estados Unidos que funcionan en Facebook para publicar la foto de Lupe; denunciaron a la coyote en la Fiscalía del Azuay, y contaron su caso a la coordinación de la zonal 6 —que representa a Azuay, Cañar y Morona Santiago— del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, la cartera del Estado ecuatoriano que, entre otras funciones, se encarga de ayudar a las familias de emigrantes desaparecidos.
—Ha pasado un año y no sé nada de mi mami —dice Cinthya—. Desde que publiqué la foto de mami, personas nos han extorsionado, nos han robado, nos han mentido diciéndonos que tienen a mi mami, que les paguemos y que ellos nos la entregan. Pero todo es una mentira, no hay rastro de ella.