“Llegué con los pies horribles, horribles, horribles. No podía caminar más por el frío, pensé que tenía los pies en dos baldes de agua con hielo, así los sentía.” Andrelis Álvarez, de 21 años, se baja la mascarilla para tomar una bocanada de aire y continuar el relato del periplo que le tocó vivir desde que salió de Venezuela.
A 3.800 metros de altura, en la nevada cordillera de Los Andes, solo respirar se convierte en una tarea titánica. Llegó caminando a Chile el día anterior junto a su pareja y sus dos hijos, y encontró refugio en un campamento montado en el límite con Bolivia, en la comunidad de Colchane; es un paisaje árido, donde pululan las llamas y vicuñas domésticas entre montes y volcanes.
El lugar cuenta con más de una decena de carpas y servicios básicos para atender a los migrantes que sueñan con una vida mejor en Chile. Las escenas pasan muy rápido allí, nadie permanece más de 48 horas en Colchane. Se trata de juntar fuerzas para seguir viaje.
En el Dispositivo Transitorio de Colchane se realiza control migratorio y sanitario. Esta unidad es gestionada por el gobierno chileno y tiene capacidad para asistir a 200 personas. En alianza con ACNUR, OIM, Subsecretaría de la Niñez y UNICEF, se dispuso dentro del albergue un Centro de Primera Acogida operado por Hogar de Cristo, al cual acceden a diario en promedio 30 niños, niñas y adolescentes.
Allí, mientras Andrelis espera paciente su turno para entrar a la enfermería, mece con dulzura a su hijo Damián, que con solo un mes de vida es el migrante más pequeño en llegar al campamento de Colchane.
Una travesía árida
“Entramos a la trocha a las once de la mañana y salimos de ahí a las tres y media de la tarde, que llegamos acá. El trayecto fue horrible, no se lo deseo a nadie y mucho menos con niños pequeños”, recuerda estoica, pese a las quemaduras que dejó el sol en su cara y labios, las ampollas en sus pies y el dolor punzante en una pierna que cojea, producto de una operación mal hecha seis años atrás.
Andrelis nació en el Estado Zulia, en Venezuela, donde vivió hasta el día en que se fue con un nudo en la garganta y un bebé en la panza. Junto a su pareja Renny y a su hijo Jonás, de cuatro años, atravesó cinco países antes de tocar el árido y pantanoso trecho que conecta los poblados de Pisiga (Bolivia) y Colchane (Chile), en la región de Tarapacá.
Es una travesía que a diario realizan en promedio 155 caminantes, según cifras de UNICEF, en base a datos de 2021 del Observatorio de Migraciones y Movilidad Humana. En su mayoría familias venezolanas con niñas y niños menores de seis años, de acuerdo con el Ministerio del Interior y Carabineros. Muchas de ellas intentaron establecerse sin éxito en ciudades de Colombia, Ecuador, Perú o Bolivia, donde la xenofobia y la inflación han ido en aumento, aseguran.
Quienes logran llegar al pueblo de Colchane, donde viven 1.600 habitantes sin alcantarillado, escasa agua potable y electricidad intermitente, deben sortear en el tramo final un sol abrasador, intensos vientos y temperaturas que congelan los arroyos por la noche.
“Nos tocó mochilear, nos tocó pasar trochas, nos tocó caminar, pasar frío y hambre. Yo no quiero que mis hijos vayan a pasar lo mismo que pasé yo, quiero que ellos sean mejores que uno, profesionales, que estén bien”, dice ya más aliviada y enérgica en el Dispositivo Transitorio de Colchane, unidad que entrega ayuda humanitaria primordial a quienes cruzan la frontera por la estepa andina, evadiendo peligrosas quebradas.
En ese lugar, Andrelis es acogida en tránsito en su primer día en suelo chileno, después de su estancia en Lima, Perú, que duró poco más de un mes. Allí nació de urgencia su hijo Damián. “Nos tocó venirnos en mula (camión) hasta Perú. Estuve a un grado de perder al niño, pero en Lima recibí buena atención”, recuerda, aún con dolor por la cesárea reciente.
Con solo tres semanas de vida, su bebé fue hospitalizado por un fuerte resfriado pero logró salir adelante gracias a la atención médica recibida en Perú. Sin embargo, cuando retomaron el viaje, su hijo Jonás comenzó a sufrir fuertes dolores de estómago y en Colchane recibió controles debido a una severa diarrea que lo aquejó todo el trayecto.
Andrelis no disimula la emoción por el pronto reencuentro con su madre y su hermana, quien llegó antes a Chile. Su mamá los ayudará a llegar a la ciudad de Rancagua, 2.000 kilómetros en dirección al sur, donde trabaja de temporera y en un restaurante hace tres años. Esta abuela espera por fin abrazar a sus nietos, a los que ha visto en esporádicas videollamadas. “Ya están de este lado, ya prontico van a estar aquí, con mami”, les dice emocionada al teléfono.
Un anhelo riesgoso
Para familias como la de Andrelis, Chile representa la posibilidad de un futuro mejor. Así lo creen las 73.434 personas, según cifras del Observatorio de Migraciones y Movilidad Humana, con datos de la Policía de Investigaciones, que en los últimos dos años atravesaron Sudamérica a pie, en “mulas” o en buses para llegar finalmente a un país austral y desconocido, por pasos no habilitados. Los migrantes están expuestos a un sinnúmero de peligros en esa ruta de 4.700 kilómetros. La comida y el agua se esfuman con rapidez, no así la esperanza de encontrar oportunidades de empleo, atención de salud y acceso a educación.
A pesar del riesgo que deben enfrentar al salir de su país, la entrada de migrantes a Chile aumentó un 235,9% entre 2020 y 2021. En ese período, el ingreso de niñas, niños y adolescentes se triplicó, como señalan datos de Carabineros publicados en febrero de 2022.
Una pausa para aliviar el viaje
El Centro de Primera Acogida es un espacio protector de los derechos de los niños, niñas y adolescentes y sus familias. El lugar, apoyado por UNICEF y otras agencias socias, atiende en promedio a 30 niñas, niños y adolescentes por día y brinda apoyo psicosocial para detectar traumas y vulneraciones. También se realizan actividades de recreación dirigidas a los más pequeños.
Por su parte, en el Dispositivo Transitorio de Colchane el personal ofrece asistencia humanitaria a aquellos que entran con fuertes resfriados, severa deshidratación e hipotermia. Allí se entrega ropa de abrigo, agua, alimentación, además de información para continuar el camino. Todo en un ambiente de ajetreo, marcado por la fatiga y la confusión de los viajantes que planifican sus próximos pasos, a la vez que tratan de aislarse del frío.
“Los migrantes que llegan aquí vienen de una trayectoria larga y muchos de ellos pasaron por varios países y a veces por varios años. Es posible encontrar muchas mujeres embarazadas que no han tenido acompañamiento necesario para su embarazo. Hemos encontrado niños que están fuera del colegio hace cinco años, porque no hay documentos en un país, otra legislación, y no lo logran. Llegan con un desfase enorme en las áreas claves de la vida, salud, nutrición y educación. En ese camino hay mucha vulneración”, explica Glayson Dos Santos, representante adjunto de UNICEF Chile.
Pero el extenso viaje no termina ahí. Después de ser trasladados cuatro horas en bus a un segundo refugio o centro de asistencia, administrados por el gobierno chileno, en la ciudad costera de Iquique, asentarse es otro gran desafío y no todos lo logran. Un 17% de las personas migrantes en Chile vive en situación de pobreza, y uno de cada cuatro niños migrantes enfrentan condiciones precarias, indican datos de la encuesta Casen 2020, un año marcado por la pandemia. Una meta recurrente es poder viajar a la capital Santiago, que concentra el 61,9% de la población migrante del país, según estimaciones de 2020 del Servicio Nacional de Migraciones y el Instituto Nacional de Estadísticas. Otros prefieren acomodarse en ciudades o pueblos más al sur o en el norte.
Un compromiso conjunto ante la crisis migratoria
“Hay que pensar el proceso migratorio a mediano o largo plazo y no solamente en corto plazo. Eso significa también enfrentar el desafío de escuchar y atender las necesidades de la población de acogida. También estamos trabajando para mejorar el flujo migratorio para que los procedimientos de frontera puedan atender y alinearse a los estándares humanitarios internacionales”, afirma Glayson Dos Santos de UNICEF.
El flujo migratorio en este paso fronterizo ha ido en alza hace por lo menos dos años y explotó recientemente, entre enero y marco, con el arribo de oleadas de personas provenientes de Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia, entre otros países sudamericanos. Como resultado, se multiplicó la cantidad de habitantes de esta localidad dedicada al pastoreo, la agricultura y la atracción de turistas.
“Necesitamos construir estrategias que respondan objetivamente a esos desafíos, pero también necesitamos reconstruir una narrativa, porque al final del día la mayoría de nosotros somos migrantes en cualquier parte de este mundo. Es importante contar la historia y recordar a cada uno que la mayoría de nosotros fuimos y somos migrantes”, concluye Glayson Dos Santos.