Centroamérica. Iris Marina Mejia, residente de la La Reina en Santa Bárbara, Honduras, nunca imaginó que su vida cambiaría abruptamente. En noviembre de 2020, su hogar fue destruido por los huracanes Eta y Iota, los cuales dejaron aproximadamente 4 millones de personas afectadas tan sólo en Honduras.
"Nosotros teníamos nuestras casitas y por las tormentas lo perdimos todo”, dice Iris.
Se esperaba que hubiera tormentas y lluvias, pero en esta ocasión la magnitud de las mismas fue diferente. Las copiosas precipitaciones provocaron un alud que sepultó el pueblo el 22 de noviembre.
"Ahora han pasado nueve meses. Sigue siendo complicado porque perdimos lo que siempre valoramos, es decir nuestra casa”.
Si bien nadie perdió la vida, la gran mayoría se quedó sin un lugar donde vivir. Iris y su familia se mudaron a Valle Verde, una ciudad ubicada a 10 kilómetros de su anterior hogar en donde alquilaron una casa y recibieron ayuda de diferentes organizaciones.
“Pero siempre hay algo que no está bien", dice con nostalgia.
En la Municipalidad de Tegucigalpita, Honduras, Mirna Arias fue también una de los miles de personas afectadas por los huracanes.
"Nuestra casa fue completamente arrasada por el río, casi la totalidad de la zona fue arrasada por el río, y nos quedamos sin un techo sobre nuestras cabezas”, dice.
No tuvo más opción que la de buscar un hogar temporal junto a su familia, y espera un día poder reconstruir su casa.
"Tal vez no nos entregarán la casita, pero si contamos con una embarcación podremos regresar y reubicarnos".
Iris y Mirna son un ejemplo de los miles de familias en la región afectadas por Eta y Iota y que no han tenido más elección que la de escapar de sus hogares para poder salvar sus vidas.
De acuerdo con estadísticas del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC) se estima que Eta y Iota trajeron un millón y medio de nuevos desplazamientos en Centroamérica, una cifra significativa en comparación con el registro de la década pasada (2,2 millones), la cual incluye eventos tales como terremotos o sequías.
Diferentes estudios concuerdan en que el cambio climático es un factor sistémico en la ocurrencia de eventos ambientales cada vez más intensos, más frecuentes y de mayor duración, con múltiples y complejos efectos sobre las poblaciones (OIM, 2021). Entre tales efectos pueden mencionarse las numerosas dinámicas de movilidad en el seno de un país o comunidad. Mientras algunas personas desplazadas esperan poder retornar a sus hogares, otras han decidido migrar temporal o permanentemente a otras ciudades o países.
Los diversos estudios advierten que cuando las condiciones de reasentamiento fracasan en relación a sostener la reconstrucción del tejido social, las personas pueden elegir migrar para establecer un nuevo conjunto de relaciones que permitirán modos estables de residencia (OIM, 2021).
Marvin Gonzales es un granjero guatemalteco del Departamento de Izabal que ha dedicado la mayor parte de su vida a la agricultura y que fue testigo de cómo la llegada de Eta y de Iota destruyó no solamente su casa y sus cosechas sino que también limitó la posibilidad de que él le pudiera ofrecer un futuro a sus hijos Mario y Aylin. Fue en ese momento que decidió migrar a los Estados Unidos.
"Cuando uno busca un empleo en nuestras comunidades, no lo encuentra. No tenemos nada”, dice Marvin desde la ciudad mexicana de Tijuana, en donde se encuentra esperando poder cruzar la frontera rumbo a los Estados Unidos. “No tenemos nada”.
Las poblaciones que dependen de los recursos naturales para subsistir se ven significativamente afectadas por los desastres y por el cambio climático, puesto que su trabajo es con frecuencia realizado en zonas geográficas que las exponen a estos desastres (OIM, 2021).
Carlos Hernan Caceres también se encuentra en Tijuana tras 50 días de haber estado atravesando México junto a su hijo de 5 años. Fue uno de los miles de granjeros que lo perdió todo a causa de los huracanes. Es nativo de El Belloto, Honduras, pero migró a los Estados Unidos para conseguir empleo y eventualmente poder reconstruir su casa.
"Antes de los huracanes, todo estaba bien. Todo el mundo tenía sus cositas. Pero después de los huracanes todo cambió, porque todos nos quedamos en la calle”, dice en un tono bajo.
Centroamérica es una de las regiones más vulnerables a la ocurrencia de eventos vinculados a los peligros ambientales, que van desde huracanes hasta sequías prolongadas como las que ocurrieron en Guatemala, Honduras, y El Salvador. En estos lugares la variación en las precipitaciones provocada por el cambio climático ha tenido un fuerte impacto sobre los medios de subsistencia de las comunidades y sobre los procesos de movilidad.
En la Municipalidad de Tacuba, El Salvador, el líder indígena Joaquín Salazar señala que la variación climática en su comunidad en años recientes ha sido significativa.
"El clima ha cambiado realmente mucho en esta zona. Estamos cerca del corredor seco y eso nos afecta mucho porque pocas veces llueve, y cuando llueve, llueve demasiado y al final las cosechas no son buenas”.
Estos factores ambientales, agravados por el cambio climático, se agregan a la pobreza, la violencia, el desempleo, entre otros, y generan diferentes dinámicas migratorias en Tacuba, tal como advierte el líder indígena.
"Es por este motivo que se da la migración, dado que si la familia no cuenta con alimentos, deben irse a buscarlo y dejan sus hogares y se dirigen a la ciudad”.
Sin embargo, dice Joaquín, el hecho de que las personas migran desde su comunidad no significa que la situación económica mejore para las familias. “Hay muchas personas que van a trabajar, pero si ellas envían dinero, ese dinero no llega a sus hogares; reciben provisiones tales como azúcar o aceite. Porque ocurre que la gente que va a trabajar gana una miseria”, dice el líder indígena.
Manuel, otro residente de Tacuba, comparte esta opinión. De acuerdo con sus dichos, la sequía ha tenido un impacto muy significativo sobre su comunidad. “En la aldea de El Chupamiel, nuestra única actividad económica es la agricultura, y en años recientes la sequía nos ha afectado a todos. La mayoría no tiene tierra propia, sino que la arrendamos, y lo poco que obtenemos, lo usamos para vivir y sostener a nuestras familias”, dice Manuel.
De acuerdo con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), los efectos del cambio climático están dándose en este momento y empeorarán en las próximas décadas. Las temperaturas seguirán aumentando y los huracanes y sequías se harán mucho más fuertes, intensos y frecuentes. Frente a este escenario, es muy probable que los procesos de movilidad humana en la región se intensifiquen, y tales procesos podrían adoptar diferentes formas de acuerdo con las circunstancias locales.
De cara a esta realidad es vital fortalecer la capacidad de las comunidades rurales para poder manejar los diferentes impactos y las presiones que surgen de los cambios en los patrones climáticos (FAO, 2019).
En San Cristóbal, Guatemala, el recientemente creado Directorio Municipal de Gestión Integrada de Riesgos de Desastres ha estado trabajando con otras entidades locales en programas que permiten que las comunidades se adapten mejor a los problemas sociales tales como la inseguridad alimentaria, intensificada por el cambio climático. Así es como nació el programa “Jardines Familiares” – que es una estrategia interinstitucional que procura proveer a la comunidad las herramientas necesarias para producir su propio alimento y mitigar los problemas alimentarios presentes en el municipio.
Las Conferencias de las Partes (COPs) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático constituyen un espacio para el abordaje de la movilidad humana vinculada al cambio climático y presentan la oportunidad de promover un enfoque de resiliencia para abordar las necesidades de las comunidades vulnerables y asegurar una respuesta oportuna en el caso de emergencias.