Según datos de la ONU anteriores a la pandemia del covid-19, una cantidad de 1.585.681 ciudadanos haitianos, equivalente a casi el 15% de su población nacional, ya habían emigrado.
Solo superada por la diáspora de venezolanos; la emigración masiva de haitianos es sostenida en el tiempo y creciente en cantidad desde aquel atroz terremoto del año 2010, uno de los más devastadores en la historia de la humanidad del cual se tenga registro, y que generó una primera gran oleada migratoria con destino primero hacía Chile y luego también al Brasil, naciones que por aquella época pudieron brindar a los haitianos oportunidades de trabajo, paz y prosperidad.
Habiendo transcurrido más de una década desde entonces, y recrudecida la situación económica, esta comunidad migrante, con los exiguos ahorros que pudieron granjearse y esta vez junto a su nueva prole –miles de niños y niñas haitiano-brasileñas y haitiano-chilenas– han emprendido un nuevo rumbo migratorio con el propósito de llegar a los Estados Unidos.
Ante la mirada perpleja de todas las Américas y del mundo, están realizando un gigantesco y muy peligroso periplo de miles y miles de kilómetros, sorteando a bandas delincuenciales, insalubridad, pobreza, abusos, estafas, climas extremos, fauna salvaje, y ante todo ello un hecho lamentable, pero real, es que muchos, incluidos los menores de edad, no lo lograrán.
Su larga travesía inicia por diferentes vías y países de Sudamérica, lo cual también ha incluido su tránsito a través de las principales ciudades de Bolivia desplazándose por todo su eje de Este a Oeste, desde Puerto Quijarro en la frontera con el Brasil, emprendiendo la ruta hacia Santa Cruz hasta llegar a La Paz, y finalmente allí por la vía a Desaguadero continuar por el Perú para escalar hacia el norte hasta confluir por miles en Colombia, en un primer cuello de botella, en frente de la frontera con Panamá, donde intentarán atravesar el Darién, una de las más peligrosas selvas pantanosas del mundo, que como auténtica muralla natural, interrumpe todas las carreteras y vías entre ambos subcontinentes, siendo su densa vegetación el telón propicio y muy arriesgado para el paso irregular de miles de migrantes.
Los haitianos que logran este paso, tienen como nueva meta atravesar todo Centroamérica, Méjico y finalmente arribar a la ciudad fronteriza de Tijuana, segundo gran cuello de botella donde actualmente miles de ellos esperan y buscan la manera de poder cruzar hacia el territorio estadounidense.
¿Qué debemos hacer nosotros, aquí en Bolivia, frente a éste nuevo capítulo de la diáspora de Haití por nuestro continente? Sin lugar a dudas emprender todas las medidas y acciones humanitarias para auxiliar a éstos valientes ciudadanos, sobre todo a los menores de edad, ya que el simple hecho de ser migrantes, incluso con ingreso y tránsito irregular, no hace que pierdan su condición de personas y por ende siguen gozando de todos sus Derechos Humanos reconocidos y garantizados no solo por nuestra Constitución, que en su Artículo 14 es ampliamente garantista, igualitarista y universalista, sino también por todos los Tratados de DD.HH. del cual Bolivia es signatario.
La indiferencia frente a esta urgencia humanitaria no es una opción moral ni constitucionalmente aceptable, ni tampoco lo es el fácil recurso de las expulsiones expeditas que atentan contra el régimen legal y del derecho internacional de los refugiados en que también se constituyen los trabajadores migrantes por razones económicas.
La sociedad civil en su conjunto a través de sus diferentes organizaciones sociales: sindicatos, iglesias, asociaciones y otros, en primer lugar; y luego el gobierno nacional y los autonómicos; están llamados a emprender cuanto antes las diferentes medidas y acciones humanitarias, entre ellas: la prevención frente a múltiples estafas y redes de tráfico y trata de personas, proveerles asistencia sanitaria y de salubridad, otorgarles orientación y protección legal, y finalmente propiciar ya sea su salida por el puesto de frontera buscado, o en su defecto la posibilidad de su regularización migratoria.
La Solidaridad está mencionada en el Artículo 8.II de nuestra Constitución como un Valor que sustenta a Bolivia, y es precisamente en este tipo de circunstancias que el mismo debe ser puesto en práctica para la protección de quienes ahora nos necesitan.