La desaceleración industrial debido a la pandemia Covid-19 no ha frenado los niveles récord de gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera, aumentan las temperaturas y provocan un clima más extremo, indicó un reporte de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Ya en el año 2015 “superamos el umbral mundial de las 400 partes por millón (ppm) de concentración de CO2 (dióxido de carbono) en la atmósfera, y solo cuatro años después rebasamos las 410 ppm. Esa velocidad de aumento no tiene precedentes en nuestros registros históricos”, dijo Petteri Taalas, secretario general de la OMM.
En 2020 este incremento continuó a pesar de las medidas de confinamiento que redujeron la emisión de muchos contaminantes y gases a la atmósfera, debido a que las concentraciones son la suma de emisiones pasadas y actuales.
Durante un breve período la merma de actividad económica y las medidas de confinamiento redujeron hasta 17 por ciento las emisiones, pero según los científicos de la OMM al final no han tenido mayor que el de las ligeras variaciones usuales debidas a los ciclos naturales del carbono.
La reducción en las emisiones asociada a las medidas de confinamiento “no es más que una minúscula irregularidad en el gráfico a largo plazo. Tenemos que aplanar la curva de forma continuada. El CO2 permanece en la atmósfera durante siglos y aún más en los océanos”, expresó Taalas.
“La última vez que se registró en la Tierra una concentración de CO2 comparable fue hace entre tres y cinco millones de años. La temperatura era entonces de dos a tres grados centígrados más cálida y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior al actual, pero no había 7700 millones de habitantes”, abundó el responsable.
Desde 1990, el forzamiento radiativo total, es decir la diferencia entre la luz solar absorbida por la tierra y la energía irradiada de vuelta al espacio y que de no estar en equilibrio ejerce un efecto de calentamiento sobre la Tierra, ha subido 45 por ciento a causa de los gases de efecto invernadero de larga duración.
Cuatro quintas partes de ese aumento se deben al dióxido de carbono. En 2019, las emisiones procedentes de la quema de combustibles fósiles y la producción de cemento, la deforestación y otros cambios en el uso de la tierra dispararon las concentraciones de CO2 atmosférico.
Los valores de CO2 en la atmósfera equivalen a 148 por ciento de su nivel preindustrial, de 278 ppm, considerado el punto de equilibrio de los flujos entre la atmósfera, los océanos y la biosfera terrestre.
La concentración de metano, un potente gas de efecto invernadero cuya permanencia en la atmósfera es inferior a un decenio, aumentó en 260 por ciento en 2019 con respecto a los niveles preindustriales, llegando a 1877 ppm.
Cerca de 40 por ciento de ese gas que se emite a la atmósfera procede de fuentes naturales (por ejemplo, humedales y termitas), mientras que 60 por ciento proviene de fuentes antropógenas como la ganadería, el cultivo de arroz, la explotación de combustibles fósiles, los vertederos y la combustión de biomasa.
El óxido nitroso, que es tanto un gas de efecto invernadero como un producto químico que agota la capa de ozono, alcanzó 332 ppm en 2019, un aumento de 123 por ciento con respecto a los niveles preindustriales.
Según el reporte, solo cuando las emisiones netas de CO2 provenientes de los combustibles fósiles se acerquen a cero, entonces los ecosistemas y los océanos comenzarán a reducir los niveles atmosféricos de ese gas.
Pero incluso para ese entonces, la mayor parte del CO2 se mantendrá allí por varios siglos, generando calentamiento global. El Acuerdo de París de 2015 compromete a la casi totalidad de los Estados a trabajar para que la temperatura planetaria promedio no suba más allá de dos grados centígrados en lo que resta de centuria.
La covid “no es una solución para el cambio climático. Sin embargo, nos brinda una oportunidad para adoptar medidas más sostenidas y ambiciosas encaminadas a reducir las emisiones hasta un nivel cero neto a través de una metamorfosis integral de nuestros sistemas industriales, energéticos y de transporte” dijo Taalas.
Los cambios necesarios “son técnicamente posibles, económicamente viables y su repercusión en nuestra vida cotidiana solo sería marginal. No hay tiempo que perder”, concluyó.