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Desconocimiento de pueblos latinoamericanos origina mayor riesgo de desastres
Panamá, 4 de febrero. (La estrella de Panamá).-El hecho de que múltiples comunidades en la región habiten en condiciones de vulnerabilidad en sus espacios, está relacionado con la pérdida de conocimientos y saberes co-producidos en/con los ciclos vitales de la naturaleza, como consecuencia del epistemicidio causado por la expansión del pensamiento moderno/colonial en este vasto continente.
Es decir, la imposición de un conocimiento inicialmente cristiano y luego científico-planificado fragmentó las relaciones y/o cosmovisiones de diversos pueblos asociados a la memoria de los ríos (crecimiento y disminución), de los lagos, de las temporadas secas y lluviosas, del comportamiento de las montañas, el aumento de las especies animales y de los climas.
La pérdida de estos saberes y/o el desperdicio de experiencias (Boaventura, 2010), sólo fue posible a través de la instalación de los estados modernos, que basan su conocimiento sobre la matematización de los fenómenos de la naturaleza en los siglos pasados hasta la actualidad y de una forma de ocupación territorial basada en la producción de riesgos.
El epistemicidio, la continua inferiorización de los conocimientos de otro modo y el desprecio por otras formas de ocupación territorial, ha llevado a que las sociedades modernizadas en América Latina y el Caribe se enfrenten a diversos riesgos de desastres, es decir, a la probabilidad de ocurrencia de un evento calamitoso y del colapso de la vida. Ese es el precio que pagamos cuando intervenimos la tierra desde la modernización de los territorios.
El desastre como expresión de un riesgo mal manejado
En los planes de desarrollo, de ordenamiento territorial y de gestión de riesgo, generalmente se reconoce que los desastres como inundaciones, relaves, movimientos en masa y explosiones químicas, entre otros, son manifestaciones de un riesgo mal gestionado. Me permito interpelar esta máxima de los planificadores de riesgo porque, precisamente, mantener el riesgo en condiciones óptimas, significa controlar en niveles aceptables la pobreza, la miseria y la humillación de pueblos, al encubrir sus verdaderas causas. Dicho de otra forma, las inundaciones, por ejemplo, no son manifestaciones ‘feroces' de la naturaleza que se ‘enseñorean' contra pueblos que viven en condiciones inseguras, sino una expresión directa de las causas históricas y estructurales moderno/coloniales producidas en los espacios periféricos-urbanos, rurales e indígenas como las áreas comarcales o mal llamadas ‘reservas indígenas'.
Curiosamente quienes habitan en condiciones inseguras en los territorios son los pueblos racializados y marginalizados como los afrodescendientes, desplazados, exiliados, indígenas y pescadores, etc.
Solamente, con ver quiénes habitan las favelas en Río de Janeiro (Brasil), los asentamientos de población desplazada en la periferia-urbana de Medellín (Colombia) o algunos sectores de la ciudad de Colón (Panamá), observamos un rostro racial del riesgo, aspecto completamente encubierto en los discursos de planeación institucional. Insisto en esto porque precisamente la gestión del riesgo en el marco del sistema-mundo moderno/colonial es racista, donde se cuida la vida en la línea de lo humano y no humano (Grosfoguel, 2015).
Cuando buscamos en la historia la construcción de la vulnerabilidad territorial, nos damos cuenta de cómo se ha estructurado racialmente el riesgo en la ocupación territorial, o sea, algunas poblaciones tienen mayores probabilidades de sufrir un desastre para asegurar las condiciones de vida de otros. No es casual que cuando Martínez Alier (2005) estudia la localización de los desechos tóxicos de las plantas nucleares en los Estados Unidos hable de ‘racismo ambiental'.
El desarrollo como producción del Riesgo
El conocimiento moderno ha producido intervenciones monumentales en los territorios como la construcción de grandes obras de infraestructura, megaminería, embalses y represas hidroeléctricas, oleoductos, gasoductos, monocultivos de café, caña, banano y soya, entre otras actividades, reduciendo la complejidad de los territorios y de los mundos alternativos no occidentales a través de la ampliación del riesgo inherente a la modernidad. Es decir, cuando hablamos de modernización de los territorios hacemos referencia a la ampliación de los riesgos, en sus diversas manifestaciones, que muchos de los pueblos tienen que padecer.
En ese sentido, el desarrollo no es más que un paradigma que gestiona la sociedad de riesgo que, como dijo Ulrich Beck (1999), significa la ‘confrontación de la modernidad con las consecuencias no deseadas de sus propias acciones', pero tales consecuencias no son solamente no deseadas sino propias de aquellos que no se quieren hacer cargo de sus actos (Bautista, 2015) en los espacios periféricos. En ese sentido, toda riqueza va acompañada por un progresivo aumento del riesgo localizado especialmente en los espacios subalternizados.
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