Washington, 10 de abril.- A medida que los inversionistas internacionales vuelven su mirada hacia las economías avanzadas, particularmente los Estados Unidos, como resultado de la normalización de su política monetaria, las economías emergentes se enfrentan a un endurecimiento de las condiciones financieras. Aún así, el impacto de este giro en los flujos de capital es menos trascendente para América Latina y el Caribe ya que ahora depende de flujos internacionales más estables.
De acuerdo al último informe semestral de la Oficina del Economista Jefe del Banco Mundial para la región, en los últimos diez años la inversión extranjera directa (IED) y las remesas han pasado a representar una proporción mucho más alta de los flujos netos hacia la región que los flujos más volátiles no relacionados con la IED. El informe — “Flujos internacionales hacia América Latina: ¿Haciendo olas?” — encuentra que estos flujos más estables, junto con las mejoras en los marcos macroeconómicos y de política financiera de la región, le brindan una mejor capacidad de absorber golpes externos a buena parte de América Latina.
“Rompiendo claramente con el pasado una vez más, la región equilibró sus fuentes de financiamiento, alejándose de los flujos de cartera y del crédito bancario y moviéndose hacia la IED y las remesas. Esto forma parte de una reestructuración más profunda, mediante la cual la región se ha desendeudado y convertido en acreedor neto frente al resto del mundo”, según el Economista Jefe del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, Augusto de la Torre. “En parte debido a esto, creemos que las turbulencias financieras internacionales no derivarán en el tipo de crisis domésticas que solían causar”.
Esta buena noticia, sin embargo, no llega a disipar la preocupación en torno al actual patrón de bajo crecimiento de la región. De acuerdo al informe, los factores externos, en particular la disminución en el precio de los metales industriales y una mayor incertidumbre respecto al crecimiento chino, están teniendo su efecto en el crecimiento de la región, que se espera sea de 2,3 por ciento en 2014. Esto es apenas por debajo de la ya de por sí baja tasa de crecimiento de 2,4 por ciento de 2013 y menos de la mitad del 5 o 6 por ciento normales para la región en los auspiciosos años previos a la crisis financiera mundial del 2008.
Como de costumbre, existe una gran heterogeneidad en la región. Las perspectivas de crecimiento oscilan entre menos 1 por ciento en Venezuela a casi 7 por ciento en Panamá, seguido de cerca por Perú con 5,5 por ciento. También por encima del promedio regional se encuentran Chile y Colombia con un crecimiento esperado por encima del 3,5 por ciento.
México y Brasil, las dos economías más grandes de la región, ameritan mención especial. Se espera que la primera logre rebotar de su inesperada desaceleración del año pasado, creciendo alrededor de 3 por ciento en 2014, por encima del promedio regional. Además, la ola de audaces reformas llevadas a cabo por México — éstas incluyen a los sectores bancario, educativo, de telecomunicaciones, impositivo y energético — han elevado el optimismo inversor y mejorado las perspectivas de crecimiento más allá de 2014. En Brasil, los pronósticos de consenso hablan de un crecimiento de 2 por ciento o menos en 2014, dado que aún no toma forma la agenda de reformas necesaria para evitar un escenario de bajo crecimiento/bajo ahorro/baja inversión.
“La disminución cíclica del crecimiento durante el período 2013-2014 se debe en buena parte a circunstancias mundiales que los tomadores de decisiones no pueden controlar. La pregunta es si esta disminución cíclica es un síntoma de una desaceleración más permanente en el crecimiento a largo plazo”, dijo De la Torre. “Una tasa de equilibrio para el crecimiento de alrededor de 2,5 por ciento sería claramente insuficiente para mantener el ritmo de progreso social al que la región se acostumbró en los últimos diez años. A falta de una robusta agenda de reformas orientada al crecimiento, el progreso social podría detenerse en la región”.
Uno de los principales aportes del informe yace en que analiza la IED y las remesas de manera conjunta, cuando suelen ser examinadas de manera separada. Y hace varios descubrimientos importantes:
- Ambas son más estables. La IED normalmente se dirige a fábricas y similares, algo que no puede retirarse de un país fácilmente. Las remesas no son solo más estables sino que de hecho son contracíclicas, aumentan cuando las condiciones económicas empeoran en el país destinatario.
- Tanto la IED como las remesas amplían el déficit externo y aprecian el tipo de cambio real, reduciendo de esta manera la competitividad externa.
Sin embargo, son esencialmente diferentes en el sentido que la IED tiene el potencial de elevar la productividad, mientras que las remesas, a pesar de todos sus beneficios en términos de proteger a los hogares de la pobreza, no lo hacen.
- La calidad institucional impulsa a ambas aunque en direcciones opuestas. La calidad del capital humano y físico y un ambiente contractual y de negocios fiable, por ejemplo, atrae flujos de IED que naturalmente benefician a la fuerza de trabajo local. Por el contrario, deficiencias notorias en el ambiente que atrae a la inversión empujan a los trabajadores a emigrar en busca de oportunidades que no encuentran en casa.
El informe concluye que los países de la región que ya han logrado atraer un volumen considerable de IED deberían esforzarse por capitalizar cualquier factor externo positivo. Maximizar los efectos de aprendizaje y la difusión tecnológica de la IED ayudaría a elevar la productividad y compensar la menor competitividad externa que suele acompañar el patrón de crecimiento basado en la demanda interna que caracteriza a la región.
Los países de la región que dependen excesivamente de las remesas, por otro lado, se enfrentan a desafíos aún más difíciles. Para empezar, deberían centrar su atención en políticas innovadoras para lograr que los hogares usen al menos una parte de su ingreso por remesas en la acumulación de activos — particularmente a través de inversiones en salud, educación y vivienda. Más importante aún, según el informe, estos países deberían enfocarse en la difícil tarea de mejorar continuamente el entorno que facilita la inversión para seducir tanto a sus trabajadores como a la IED, para luego aprovechar los beneficios en productividad de la interacción eficiente entre ambos.