Londres, 22 de abril (The Economist).- En una mañana del mes pasado, Louis Dreyfus, una gran casa de comercio de materias primas, inauguró formalmente un nuevo depósito de almacenamiento con un valor de US$10 millones en el puerto peruano del Callao.
Dos de sus seis búnkeres estaban atestados con 55,000 toneladas de un fino polvo café cubiertas por lonas blancas; concentrados de cobre y cinc, a la espera de ser mezclados y embarcados. El almacén es “una apuesta a que la minería peruana continuará siendo competitiva”, dice Gonzalo Ramírez, gerente de Dreyfus.
Bendecidos
Esa parece una sólida apuesta. Bendecida con minerales de alto grado y energía barata, la producción de cobre de Perú, ya la tercera más grande del mundo, aumentará a más del doble en los próximos tres años con la apertura de varias minas de bajo costo.
En vez de marcar un nuevo amanecer, sin embargo, este brote de inversión ocurre en el ocaso del gran auge de las mercaderías ocasionado por la industrialización de China e India. Al ofrecer un impulso sin precedentes a los términos de comercio de la región, la proporción del precio de sus exportaciones comparado con el de sus importaciones, esto ofreció a muchos países latinoamericanos una década generosa.
Precios bajos
Ya no. Excluyendo el petróleo y el gas, los precios de las mercaderías han descendido una cuarta parte de su nivel de 2011, y los precios de los minerales están cayendo más que los de los productos alimenticios. Después de crecer en un promedio anual de 4.3% entre 2004 y 2011, las economías de la región registraron un crecimiento de apenas 2.6% el año pasado.
Las esperanzas de aceleración este año parecen estarse haciendo añicos. Brasil ha tenido que elevar significativamente las tasas de interés para contener la inflación, y es poco probable que mejore su crecimiento de 2013, de 2.3%. Es improbable que a México, aunque menos dependiente de las materias primas que Sudamérica, le vaya mejor. Los datos sugieren que Chile está creciendo a su ritmo más lento en cuatro años. Incluso Perú, junto con Panamá, la economía estrella de la región en la última década, ha sentido la corriente de aire frío: Creció en 5% en 2013, un descenso de su promedio de 7% desde 2005.
Nerviosismo
Para empeorar las cosas, los avances hacia una política monetaria normal en Estados Unidos han provocado nerviosismo en los mercados financieros latinoamericanos desde mayo de 2013. Los agoreros dicen que, como el auge fue derrochado en un exceso de consumo, la fragilidad económica tradicional de la región quedará expuesta conforme caigan los precios de las mercaderías.
El panorama es más matizado que eso. Latinoamérica ahorró e invirtió más de su bonanza que en el pasado, aunque menos de lo que lo hicieron otras partes del mundo, dice Alejandro Werner, el principal funcionario del Fondo Monetario Internacional para la región. El economista en jefe para Latinoamérica del Banco Mundial, Augusto de la Torre, señala que la tasa de inversión en la región, en casi 25% del PIB, al menos se ha puesto a nivel de la de Asia, aunque Brasil, en 18%, está rezagado.
Menos dolarizados
La mayoría de los países han pagado deuda y acumulado reservas, y sus sistemas bancarios están menos dolarizados que en el pasado. Los tipos de cambio flotantes y el combate a la inflación por parte de bancos centrales más o menos independientes significan que muchos países pueden adaptarse permitiendo que sus monedas se deprecien sin desencadenar un espiral a la baja de inflación y devaluación.
Algunos países han sido menos responsables que otros. Venezuela, con un déficit fiscal de 12.5% del PIB el año pasado, está pagando el precio de derrochar su bonanza petrolera. Argentina está avanzando hacia políticas más ortodoxas, y podría evitar el desastre por escaso margen. Hay algunas advertencias en otras partes también: tras usar los estímulos fiscales para contrarrestar la crisis financiera de 2008-2009, algunos gobiernos -notablemente el de Brasil- fueron lentos al restringir de nuevo. Santiago Levy, del Banco Interamericano de Desarrollo, señala que el balance fiscal estructural de la región está mejor que en 1997, pero peor que en 2007.
Bonos
A Levy también le preocupa que la depreciación monetaria pudiera perjudicar a las compañías latinoamericanas que aprovecharon el dinero barato para emitir bonos en el extranjero. La provisión de bonos corporativos que es vulnerable al riesgo de depreciación en las cinco economías más grandes -Brasil, Chile, Colombia, México y Perú- asciende a US$200,000 millones, estima.
La mayor amenaza para la estabilidad financiera es una marcada desaceleración en China. Miguel Castilla, el ministro de Economía de Perú, señala que los precios de las mercaderías aún están por encima de su promedio de los últimos 10 años. Sin embargo, si la tasa de crecimiento de China descendiera por debajo del 7%, eso cambiaría. Insiste, no obstante, en que Perú, como Chile y Colombia, tienen espacio para responder con medidas fiscales y monetarias.
Más que la inestabilidad económica, la preocupación para Latinoamérica es el crecimiento lento, el riesgo de que el 3% se vuelva más la norma. Werner dice que el freno en el ascenso en los términos de comercio de la región ha restado un punto porcentual al crecimiento. Con un empleo pleno, y como la fuerza laboral y el crédito interno se están ampliando menos rápidamente, Latinoamérica debe enfocarse más en las mejoras en la productividad para impulsar el PIB; y ese es su talón de Aquiles.
La productividad latinoamericana ha mejorado un poco, pero sigue rezagada detrás de la de Asia. Las razones para esta diferencia se remontan muchos años. Aunque los latinoamericanos tienen más educación que en el pasado, las pruebas internacionales demuestran que aún no aprenden lo suficiente en la escuela. De la Torre señala a una relativa falta de innovación por parte de las empresas latinoamericanas de todos tamaños, a las malas redes de transporte y a una falta de competición, especialmente en los servicios.
Otro gran obstáculo es la gran economía informal. En Perú, menos de 61% de la fuerza laboral trabaja en el sector informal, según la agencia de estadísticas.
“Fue una válvula de escape cuando Perú era un país pobre”, dice el ministro de Producción Piero Ghezzi, “pero es un problema ahora”.
Informalidad laboral. Casos
Consideremos a México, donde alrededor de la mitad de la fuerza laboral es informal. Un nuevo reporte elaborado por McKinsey, una consultora, sugiere que, asombrosamente, los trabajadores mexicanos, en realidad, se han vuelto menos productivos durante las últimas tres décadas, pese a numerosas reformas económicas. La producción por trabajador cayó de US$18.30 por hora en 1981, en términos de paridad del poder adquisitivo, a US$17.90 en 2012.
La razón, argumenta McKinsey, es que México tiene una economía dual. La productividad en las empresas grandes y modernas, que están integradas a la economía mundial, se ha elevado en 5.8% al año desde 1999.
Sin embargo, la productividad en las pequeñas empresas, aquellas con 10 empleados o menos, muchas de las cuales son informales, declinó del 28% de las grandes empresas, las que tienen 500 empleados o más, en 1999, a apenas 9% en 2009. Las pequeñas empresas representan el 42% de la fuerza laboral, un porcentaje que es grande y está creciendo.
Complicado
Corregir el problema de la productividad es mucho más complicado que reducir el déficit fiscal. Reunir terrenos, permisos y financiamiento para proyectos de infraestructura puede tomar muchos años en Latinoamérica. Las reformas educativas requieren un tiempo similar para tener efecto. La informalidad es un tema complejo, tanto cultural como económico.
Sin embargo, los gobiernos ya no pueden permitirse postergar las reformas indefinidamente. El riesgo que enfrenta la región no es el de las crisis financieras de antaño, sino más bien el choque entre el bajo crecimiento y las expectativas elevadas de las crecientes clases medias. Como sugieren las protestas masivas de junio en Brasil, es un choque que pudiera ser políticamente explosivo.