Montevideo, 1 de octubre de 2014 (IPS).- “Podemos ser la última generación de latinoamericanos y caribeños en convivir con el hambre”, sentenció Raúl Benítez, representante regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La afirmación muestra una cara de la moneda: solamente 4,6 por ciento de la población regional está desnutrida, según las cifras brindadas por la FAO en El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo 2014, difundido el 16 de septiembre.
Con casi 600 millones de habitantes, América Latina y el Caribe posee un tercio del agua dulce del planeta y más de un cuarto de sus tierras agrícolas de media y alta productividad, señala un libro publicado este año por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en asociación con Global Harvest Initiative, un centro de pensamiento financiado por el sector privado.
Es la tercera mayor región en exportación neta de alimentos, si bien emplea solo una pequeña parte de su potencial agrícola, tanto para el consumo interno como para el mercado exterior.
Pero casi una cuarta parte de su población rural latinoamericana todavía sobrevive con menos de dos dólares por día, y su geografía es determinante para los desastres (terremotos, huracanes, inundaciones y sequías), algunos exacerbados por el cambio climático.
El calentamiento global entraña serios desafíos para que la comunidad internacional alcance la meta de erradicar la pobreza y el hambre. Los cambios en los regímenes de lluvias, en los suelos y en las temperaturas ya están afectando los sistemas agrícolas.
Más de 800 millones de personas de todo el mundo soportan hoy el riesgo del hambre. Por sus efectos en las cosechas y en los medios de vida, el cambio climático puede ampliar ese flagelo en 20 por ciento para 2050, sostiene un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Las alteraciones de temperaturas y precipitaciones podrían encarecer los precios de los alimentos entre tres y 84 por ciento para 2050.
La organización humanitaria Oxfam sostiene que en los escenarios más extremos, el calor y la falta de agua podrían reducir las cosechas en 25 por ciento entre los años 2030 y 2049.
Es probable que el cambio climático resulte más nocivo para los agricultores pequeños y familiares que, en esta región, producen más de la mitad de los alimentos y no tienen recursos suficientes para adaptarse a un clima alterado.
A pesar de esta amenaza latente, las estrategias de sostenibilidad en América Latina no están claras. Los motores del crecimiento son las materias primas de exportación. Y si bien algunos sectores han avanzado en valor agregado, tecnología e innovación, la explotación de recursos naturales sigue siendo la clave del boom regional.
Las materias primas y los productos básicos representaron 60 por ciento de las exportaciones regionales en 2011, mientras en 2000 constituían 40 por ciento, según el reporte Perspectivas Económicas 2014, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Al mismo tiempo, añade el estudio, este crecimiento de las ventas externas de productos básicos conllevó un reemplazo de las manufacturas domésticas por bienes importados, afectando las industrias manufactureras regionales.
En el campo, los modelos enfrentados de pequeña agricultura y extensos monocultivos de especies genéticamente modificadas libran una lucha de David contra Goliat.
En Paraguay, el cuarto mayor exportador de soja del mundo, 1,6 por ciento de los propietarios concentran 80 por ciento de las tierras agrícolas, según indica Oxfam en el reporte “La pequeña agricultura en peligro”.
En Guatemala, añade, ocho por ciento de los productores poseen 82 por ciento de las tierras, mientras 80 por ciento de los predios productivos de Colombia están en manos de 14 por ciento de los propietarios.
La producción agropecuaria y la deforestación vinculada a ella son grandes fuentes de gases de efecto invernadero en América Latina, si bien otros factores están creciendo aceleradamente.
Brasil, por ejemplo, está ingresando al club de los grandes contaminadores, pues en los últimos cinco años, la quema de combustibles fósiles pasó a ser responsable de la mayor parte de sus emisiones de gases invernadero.
A medida que crecen, las industrias extractivas demandan más carreteras, vías férreas y puertos, y sus empresas presionan a los gobiernos para evitar el llamado “apagón logístico”.
El mercado de energía también está en aumento, y no solo el de las industrias, sino el de millones de personas que salieron de la pobreza y tienen por tanto mayores necesidades de consumo. Se estima que en el período 2010-2017, la demanda energética regional está creciendo a una tasa anual de cinco por ciento.
Además, América Latina cruzará una nueva frontera en materia de combustibles fósiles, cuando Argentina, Brasil y México superen diferentes desafíos políticos, financieros y técnicos para explotar grandes reservas de hidrocarburos no convencionales, como la formación austral argentina de Vaca Muerta o los yacimientos en aguas ultraprofundas en la plataforma continental de Brasil, conocidos como presal.
No es sencillo argumentar que una región con tanta riqueza natural no tiene derecho a explotarla activamente y aprovechar la demanda de materias primas, en especial cuando los ingresos fiscales resultantes han permitido a Bolivia, por ejemplo, reducir la extrema pobreza de 38 por ciento en 2005 a 20 por ciento en 2013.
Sin embargo, los expertos advierten que este rumbo económico es insostenible y que los impactos del cambio climático, sentidos ya en toda la región, pueden socavar cualquier avance social.
En Guatemala, por citar un caso, la peor sequía de los últimos 40 años determina que 1,2 millones de personas podrían padecer hambre en los próximos meses.
Al parecer, quienes sufren el peor impacto del desarrollo económico insostenible son, paradójicamente, aquellos que menos han contribuido al calentamiento global.
Un informe de la ONU que describe acciones para el seguimiento del programa adoptado en 1994 por la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, sostiene que solo “un tercio de la población mundial tiene patrones de consumo que podrían considerarse contribuyentes de emisiones” vinculadas al cambio climático.
Menos de 1.000 millones de personas de ese tercio causan un impacto significativo, mientras “una minoría aún más pequeña es responsable de una porción abrumadoramente grande del daño”, agrega el informe.
Sin embargo, serán los más pobres los que soporten las consecuencias. Y los de América Latina –“la próxima despensa global”, según la define el BID y diferentes expertos— necesitan respuestas locales y mundiales firmes si se quiere alcanzar el desarrollo sostenible en la próxima década.