Intervención del Emb. Carlos Moneta, Secretario Permanente del SELA
en la inauguración de la etapa ministerial XXV Consejo Latinoamericano del SELA
28 de Octubre de 1999.

Señor Presidente de la XXV Reunión Ordinaria del Consejo Latinoamericano
del SELA

Señoras y Señores Ministros y Viceministros

Señoras y Señores Jefes de Delegación

Señoras y Señores Delegados

Señores Observadores e Invitados Especiales

Señor Canciller:

En ocasión de inaugurarse esta Vigésima Quinta Reunión Ordinaria del Consejo Latinoamericano, permítame darle la bienvenida al SELA, a esta casa de América Latina y el Caribe. Luego de cinco años, durante los cuales, respondiendo a invitaciones de varios Estados Miembros las Reuniones Ordinarias del Consejo Latinoamericano del SELA se realizaran fuera de Venezuela, el máximo órgano de decisión del Sistema regresa a este acogedor y solidario suelo venezolano. Esta reunión se realiza, Señor Canciller, en circunstancias muy relevantes tanto para Venezuela como para los demás países de la región. La consideración de las situaciones que América Latina y el Caribe deberá enfrentar al inicio del nuevo milenio, constituirán tema de debate de este foro, y nada mejor que este diálogo latinoamericano y caribeño se realice en su país, que ha iniciado un profundo proceso de transformación sociopolítico y económico y ha expresado claramente, con palabras y hechos, su total vocación en foros de una integración solidaria y activa de nuestra región.

Esta es mi última presentación formal ante el Consejo Latinoamericano en calidad de Secretario Permanente del SELA. En la parte Preparatoria de esta Reunión Ordinaria, he procurado hacer un balance de mi gestión durante cuatro años al frente del órgano técnico- administrativo del Sistema. En esta ocasión, en cambio, parece apropiado, dado el debate que hemos tenido ayer, intentar bosquejar, en pocos trazos algunos de los rasgos principales que presenta la evolución de la situación económica de América Latina y el Caribe durante las últimas décadas y a partir de esos elementos, reflexionar sobre los próximos desafíos y las formas en que podríamos enfrentarlos.

Desde la post-guerra América Latina ha experimentado cambios profundos y avances tanto en su economía como en sus instituciones políticas. La economía, simplemente adquirió una nueva dimensión. La industria y la urbanización pasaron a ser componentes importantes de la actividad económica y se modernizaron la infraestructura y las instituciones. Además se inició el proceso de integración económica y se han tenido avances significativos, aunque insuficientes, en la integración de algunas sub-regiones.

En lo político, se pasó de una abundancia de regímenes autoritarios a una democracia generalizada y legítima. La mayoría de los países del Caribe angloparlante y Suriname adquirieron su independencia y se ha ido constituyendo una comunidad latinoamericana y caribeña. Con algunas pocas excepciones, y en contraste con otras latitudes, la paz ha sido una característica dominante en la región.

No obstante tenemos conciencia de que no hemos tenido éxito. América Latina y el Caribe ha perdido gravitación en la economía y en la política mundiales y permanecen sin solución problemas tan graves como los de la inequidad y la pobreza. Incluso, América Latina y el Caribe ostenta el poco honroso título de tener, como región, la distribución del ingreso menos igualitaria.

Más aún, nuestro progreso ha estado signado por épocas de avances y de retrocesos. Por lo que no podemos darnos por satisfechos ni en lo político, ni en lo económico, ni en lo social. Debido a que los logros que hemos obtenido todavía lucen inestables.

Para limitarme a lo económico, tenemos que en las tres primeras décadas de la post-guerra los países de América Latina y el Caribe tuvieron una tasa de crecimiento promedio cercana al 6%. Entonces nos parecía insuficiente, debido a las carencias que aspirábamos remediar. Pero en la década de los ochenta, la llamada década perdida, la tasa de crecimiento promedio bajó a 1.2% y en muchos países hubo un decrecimiento, generalmente acompañado de inestabilidad e inflación.

En la década actual, que hasta hace poco había sido considerada como una época casi de esplendor, tendremos un crecimiento promedio de solo 3%, totalmente insuficiente para alcanzar la meta propuesta y aceptada internacionalmente de reducir por lo menos a la mitad la pobreza para el año 2015. Se necesitaría duplicar el crecimiento promedio que hemos tenido en estos últimos años para aspirar a cumplir esa meta.

Pero no es eso lo único preocupante. La década de los noventa ha estado signada por crisis económicas recurrentes cada vez más agudas y dañinas y más ajenas a nuestra región en sus orígenes. Crisis que comienzan habitualmente como fenómenos financieros pero que se extienden al ámbito de lo comercial y de las posibilidades de crecimiento. La última, que muchos ya dan por superada, ha significado que durante el último año no haya habido crecimiento y que para la totalidad de este año se espere cifras de cero crecimiento o incluso de crecimiento negativo.

La vulnerabilidad que muestran las economías de América Latina y el Caribe ante los acontecimientos internacionales nos indica que ni siquiera la estabilidad en los indicadores macroeconómicos, que considerábamos el mayor logro de la última década, puede darse por asegurada.

Esta evolución, y el problema de la desigualdad en la distribución del ingreso muestran que no hemos logrado realizar un diagnóstico certero sobre nuestros problemas y que aún no hemos alcanzado , como región, un conjunto de políticas económicas y sociales que sea capaz de asegurarnos un mínimo de estabilidad y crecimiento.

El modelo predominante en las primeras tres décadas de la segunda mitad de este siglo, mostró sus insuficiencias y fue agotándose a medida que se tenían algunos logros e iban modificándose las condiciones de la economía internacional. Las políticas basadas en ese modelo no pudieron evitar la crisis de los años ochenta y en términos generales fueron reemplazadas por un nuevo modelo propuesto por los organismos internacionales que ayudaron a salir de esa crisis mediante su financiamiento,.

El nuevo modelo alternativo, propuesto por los organismos internacionales después de mostrar algunos éxitos iniciales también tiende a agotarse, esta vez en menor número de años. Porque ha mostrado ineficacias e insuficiencias importantes y porque nuestros pueblos no van a responder positivamente a políticas económicas que conduzcan recurrentemente a crisis y que los mantengann en la pobreza.

A mi entender la insuficiencia de ambos modelos se debe a que no se han tomado debidamente en cuenta la complejidad de las interacciones económicas, sociales y políticas y se ha dejado de lado la dimensión cultural en su sentido más amplio. Considero que incluir tales elementos en el análisis es una condición necesaria para tener diagnósticos acertados y políticas exitosas. Pero esto es sólo una hipótesis que el balance sobre el transcurrir de los últimos años de América Latina y el Caribe invalidará o confirmará.

Lo que sí resulta claro es que tenemos por delante un arduo trabajo teórico y práctico para llegar a comprender a América Latina y el Caribe; para entender como se inserta en la economía mundial y en el proceso de globalización; para vislumbrar lo que es más conveniente para cada uno de los países y para la región en su conjunto; y para diseñar acciones para modelar un futuro que se nos impone como cada vez más complejo.

Dentro de este panorama no hay lugar para dogmatismos de ningún tipo. Se trata de problemas peculiares de la región que debemos abordar y que solamente cuando asumamos como cosa propia las posibles acciones a adoptar podrán éstas tener éxito.

Es dentro de este contexto que parece, conveniente evaluar, las posibilidades de acción del SELA y su proyección hacia el futuro. Porque en el mundo panglosiano del "Consenso de Washington", en el mundo feliz, al que tan certeramente aludiera Aldous Huxley, parecen haberse encontrado todas las recetas, y todos los remedios, y solo queda aplicarlas con tesón y disciplina. En ese mundo imaginario pero que muchos tratan de presentar como real, poco o nada tenían que hacer o aportar organismos como el SELA.

En ese mundo, las advertencias sobre los peligros de la complacencia, sobre la necesidad de diseñar políticas de empleo y de producción que promovieran el desarrollo y que junto con las políticas sociales permitieran, por lo menos, reducir la inequidad y la pobreza que caracterizan a la región, parecían redundantes.

La insistencia en introducir otros parámetros, que introducen la dimensión social, cultural, económica y política, así como la incidencia que ellas tienen en las posibilidades de éxito de cualquier intento de integración, todo ello parecía pensamiento utópico desde la óptica del "final de la historia".

La globalización era, para quienes creían haber encontrado la piedra filosofal del desarrollo, una simple expansión de la riqueza que iría extendiéndose desde los centros tradicionalmente más desarrollados hacia las regiones y países que por sus condiciones naturales o por su buen comportamiento, atrajeran a la ola del progreso y la abundancia.

Se creó, incluso, una nueva terminología para describir tan dichoso fenómeno. Se introdujo la categoría de países emergentes para designar a aquellos que serían los primeros beneficiarios de la globalización. Se añadió la de economías en transición, para caracterizar a las que habían alcanzado un cierto nivel de desarrollo industrial, pero lo habían logrado por la "vía equivocada". Lo que significaba que el progreso propio de la globalización solo podía alcanzarlos si emprendían las necesarias y conocidas reformas estructurales.

Más tarde, le tocaría el turno a los países residuales, a los que había que salvar del riesgo de marginación que les amenazaba por su contumacia en permanecer fuera del mercado, su falta de educación o su tamaño poco viable.

Hoy sabemos que ese mundo feliz no existe. El sentido común que contienen muchas de las propuestas del "Consenso de Washington" es insuficiente para resolver los problemas.

Los milagros económicos, si alguna vez existieron, han resultado irrepetibles y, en algunos casos, insostenibles. La realidad ha vuelto por sus fueros y nos obliga a plantearnos los retos del nuevo milenio, a pensar nuevamente en los viejos problemas no resueltos y a reflexionar sobre los diversos caminos que se pueden emprender para solucionarlos.

Estas alternativas no se presentan en el vacío. Se dan en un mundo real, de poderes constituidos e intereses concretos. De Estados poderosos y débiles, de sociedades civiles dispuestas a hacer valer sus derechos y de organizaciones capaces unas, de ayudar a construir y otras, a deformar la visión y la misión de esas sociedades.

Ante esa realidad compleja y multiforme, en la cual hay que actuar todos los días bajo la enorme presión de la coyuntura pero ante la cual necesitamos revisar críticamente los dogmas y condicionamientos automáticos, en donde el acuerdo es necesario y el equilibrio de poderes, indispensable, la coordinación y cooperación entre los países de América Latina y el Caribe cobra sentido. Vuelven a adquirir importancia las instituciones que, como el SELA, fueron creadas para acercar a los países de la región y reafirmar su presencia en la escena política y económica internacional.

No se trata de acercamientos románticos. Los países de nuestra región enfrentan negociaciones cruciales entre sí -tal, el caso de MERCOSUR con la Comunidad Andina, y de las que se presentan al interior de los distintos grupos subregionales. Se deben determinar, además, con mayor precisión, el carácter de las relaciones entre el Norte y el Sur, entre los grandes y los pequeños, entre los excluídos y los incorporados al sistema global, e incluso, entre los diferentes acuerdos, tratados y protocolos existentes.

Adicionalmente se debe compatibilizar tales negociaciones con un compromiso hemisférico de futuro incierto. Asimismo, dentro de un mes probablemente se definirán las bases de negociación de la Ronda del Milenio. En ella van a ser incluidos temas muy sofisticados, sobre los cuales tenemos escasa información. Por ejemplo, el comercio electrónico y los relacionados con la sociedad global de la información.

En este contexto, y dentro del marco de sus características, el SELA tiene un papel muy importante que jugar. Pero sólo podrá desempeñarla si sus Estados Miembros lo asumen como un organismo propio, como una institución concebida para servirlos y como un lugar de diálogo y de encuentro.

Cuando nos hicimos cargo de la Secretaría Permanente del SELA cuatro años atrás, sugerimos -y poco es lo que hemos podido avanzar en ese terreno- la conveniencia de que nuestra región dedicase cierto esfuerzo, además de la prioridad que naturalmente debe otorgarse a satisfacer los requerimientos inmediatos, a los estudios y análisis orientados a proveer a nuestras sociedades con visiones de plazo largo sobre la evolución del sistema internacional-transnacional y los escenarios prospectivos más viables para América Latina y Caribe.

Esos escenarios podrían contribuir a vincular más estrechamente a las tres grandes áreas temáticas de trabajo asignadas por el Consejo Latinoamericano al SELA -relaciones extrarregionales e intrarregionales y cooperación regional- con los principales problemas que deberán enfrentarse durante las primeras décadas de este nuevo milenio: los efectos, en todos los planos, de la evolución de la globalización y los avances científicos y tecnológicos; la nueva dimensión y rol que está comenzando a cumplir la sociedad civil; el papel que adquirirán el Estado y los distintos actores transnacionales y, los desafíos de la gobernabilidad que se presentan.

En el marco provisto por éste altamente dinámico e interactivo tapiz nos encontramos, entre otros, con procesos vinculados al incremento de las desigualdades entre países y entre distintos segmentos sociales; el crecimiento de la violencia bajo forma de revueltas generadas por la miseria y el terrorismo étnico, político y religioso; con impresionantes conglomerados urbanos, movimientos migratorios y cambios en las tendencias demográficas; con la modificación profunda de las identidades nacionales; con enormes adelantos, de impacto impredecible, en la biotecnología y la informática; con la generación de nuevas formas de percibir y actuar con respecto al espacio geográfico y a los recursos naturales -que afectan las concepciones actuales de regionalización- y probablemente conduzcan a una nueva "geo-econoecología" y muy particularmente, a mutaciones de valores, normas, regímenes y formas de agrupación, articulación y canalización de demandas y respuestas en las interacciones sociales, políticas, culturales y económicas.

En este vasto megaproceso, abierto a múltiples opciones de evolución, se requiere contar con guías que nos permitan adelantarnos en el laberinto, y ellas existen. Podemos intentar contar, entre sombras y nieblas ineludibles, con el auscultamiento de algunos de sus ejes. Las preguntas acuden por doquier: ¿Qué será más importante? -o expresado de otra manera- ¿cuáles pueden ser los valores de intercambio que adquieran el turismo ecológicamente sustentable que alcancen países centroamericanos y caribeños y los últimos adelantos en la fabricación de chips en Corea del Sur? ¿Qué será considerado "bueno" para una comunidad en términos de bienes concretos y simbólicos? ¿Quiénes debieran y quiénes podrían obtener prioridades en los beneficios y minimización de los costos de las intervenciones del Estado (y otros entes) y del mercado? Cuánto valdría en términos económicos el agua dulce de la Antártida, las selvas y los bosques tropicales? ¿Cuáles serán los actores y mecanismos que determinarán esos valores? ¿Qué papel jugarán las regiones?

Tanto en América Latina y el Caribe como en el resto del mundo, distintos centros y estudiosos están tratando de componer esos elementos en diferentes configuraciones. Ciertamente, hemos lanzado la red muy lejos con estas preguntas, pero como en la estructura de las muñecas rusas, la caja del largo plazo contiene a la del mediano plazo y ésta, a la del corto plazo. Normalmente, nuestros estudios abarcan desde las situaciones de coyuntura hasta los horizontes de cinco años. Sumando cooperativamente el esfuerzo con otras instituciones públicas y privadas dentro y fuera de la región, se podría enriquecer nuestras percepciones de los procesos con poco o casi ningún costo adicional De igual manera, podría avanzarse gradualmente desde la utilización de enfoques sectoriales (limitados, por definición), a la construcción tentativa de enfoques más holítsticos. Como lo señalara un sabio en la antigüedad: "Un caballo pequeño es de la misma especie que uno grande, pero un saber reducido no es de la misma especie que el gran saber".

Ahora bien. De la experiencia acumulada por la región en la década que está finalizando y de los sucesos profundamente negativos para el conjunto de las sociedades de los países desarrollados que ha presentado el sistema económico internacional durante los últimos años, se desprende que sigue vigente para nosotros la búsqueda de una inserción eficiente y beneficiosa en el proceso de globalización, a la vez que se plantea como imperiosa la necesidad de acelerar el proceso de desarrollo, requisito imprescindible para garantizar la gobernabilidad democrática en los países de la región. El gran desafío que se nos plantea y que parece necesitar explorar, consiste en cómo podríamos superar la divergencia creciente que existe entre, por una parte, nuestro modo de participación en la globalización financiera, comercial, tecnológica y cultural; y por la otra, sus efectos en relación al desarrollo integral y sustentable de cada uno de nuestros países y de la región en su conjunto.

Poner énfasis en la dimensión del desarrollo del análisis de las políticas para la inserción económica global, implica, a partir de una revisión crítica de lo actuado, buscar nuevos caminos, más allá de los que América Latina y el Caribe han recorrido en las dos últimas décadas. Significa un esfuerzo consciente, conjunto y sostenido para diseñar una agenda integral, que proponga soluciones adecuadas a las condiciones y diversidad de nuestros países y que las proyecte, mediante un esfuerzo coordinado, en el sistema global.

Uno de los elementos primordiales que estimamos debería guiar la reflexión en torno a una agenda de desarrollo e inserción integral y proactiva, se refiere a la necesidad de superar las limitaciones que impone a la visión -y consecuentemente, a las acciones que en ella se originan- la aplicación casi exclusiva de racionalizaciones teóricas que corresponden a situaciones ideales del "homus economicus", sin tener mayormente en cuenta los aportes de las ciencias sociales, las realidades de la política. Así, el análisis económico no puede llegar a conclusiones y propuestas que para alcanzar los fines específicos perseguidos (ej: condiciones de ajuste y equilibrio macroeconómico, adaptación del mercado de trabajo, etc.) no tenga en cuenta sus costos sociales y políticos. No es tarea de la economía definir que es lo "bueno" y lo "malo" de un objetivo a alcanzar, ni determinar como repartir entre los individuos los beneficios y los costos que se hallan asociados a esas medidas. La definición de los objetivos y la distribución de costos y beneficios no corresponde a la técnica económica, sino al debate político.

Es dable esperar que en los próximos años, al igual que en el marco interno, el aprendizaje, la reflexión y la reformulación del modelo vigente se plantearán también en el sistema internacional. En efecto, si en esta década se han corregido, en gran medida, las fallas de las políticas estatales de intervención de las décadas pasadas, quedan ahora por corregir las fallas que genera el propio mercado, tanto dentro como entre los Estados.

En suma, se requiere que la región aborde, desde un punto de vista pragmático, un debate sobre el papel de nuestros Estados en la economía globalizada y sobre una "nueva agenda" para su desarrollo e inserción internacional.

Si se desea contar con gobernabilidad y desarrollo en América Latina y el Caribe, parece necesario avanzar hacia una modificación profunda del actual modelo económico. Los rígidos términos ideológicos en que está planteado dificultan al extremo el poder alcanzar un incremento sostenido del empleo; los beneficios de poder contar con una política industrial activa; el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la educación y la capacitación personal; la regulación de los capitales especulativos y una adecuada inversión social, entre otros elementos.

Para ello, se requiere sumar fuerzas; las de los organismos regionales, para contar con instituciones que puedan apoyar con eficiencia a los Estados de la región en sus esfuerzos y, estos últimos, entre sí, para poder adoptar posiciones más asertivas y propositivas en los foros de negociación internacional y transnacional. Hoy, parece necesario combinar la incorporación creativa de ciertos fenómenos internacionales que resultan convenientes para la región, con una defensa coordinadora ante procesos de la globalización de incuestionable efecto negativo para nuestros países.

Señoras y Señores Delegados,

La realidad internacional actual y la experiencia de los últimos años, muestra que los objetivos y las actividades del SELA son cada vez más necesarios para que la región se desenvuelva de manera adecuada en la escena internacional y para la coordinación y cooperación entre los Estados Miembros. La reestructuración llevada a cabo debe verse como una preparación para el fortalecimiento de la institución y de su papel en las relaciones internacionales de la región y en la cooperación entre sus Estados Miembros. Así lo demanda la peculiar situación de incertidumbre económica para América Latina y el Caribe con la que vamos a iniciar el siglo XXI. Tal fortalecimiento, y la aspiración de aumentar la importancia y utilidad de sus actividades, han sido los objetivos de la gestión realizada durante los últimos cuatro años.

Para esta gestión hemos contado con la abnegación, la alta capacidad y la mística de personal del SELA en todos sus niveles y con una participación cada vez mayor de los Estados Miembros. Quiero aprovechar esta oportunidad para expresar mi profundo agradecimiento a todos y cada uno de ellos. También deseo subrayar mi agradecimiento al gobierno venezolano, que me ha honrado con un inequívoco apoyo, a esta noble tierra de Venezuela, patria de mi mujer e hijos.

Señoras y Señores Delegados,

En pocas horas, los Estados Miembros del SELA elegirán a las autoridades de la Secretaría Permanente que tendrán la responsabilidad e conducir -contando con su ayuda y orientación- los destinos de este Organismo durante los primeros años del tercer milenio ¡magnífico desafío!. La representación simbólica que este hecho convoca -el surgimiento de expectativas y esperanzas, pero también de grandes incertidumbres- se corresponden con la realidad de la situación mundial que hoy enfrentamos y con la que deberán convivir quienes me sucedan.

Estoy seguro que el nuevo de Secretario Permanente, recibirá el apoyo decidido de todos y cada uno de los Estados Miembros para poder cumplir cabalmente con los propósitos fundamentales de la institución expresados en el Convenio de Panamá y reafirmados por los Estados Miembros en el proceso de restructuración reciente. Esos propósitos constituyen una exigencia de la hora actual. A él y a todo el personal de la Secretaría Permanente que me ha acompañado en mi gestión les deseo el mayor de los éxitos, que será también el éxito de los países de América Latina y el Caribe y el de todos aquellos que a lo largo de un cuarto de siglo han trabajado con orgullo y dedicación por el SELA. Estas tareas contribuirán al logro de metas que nuestros pueblos reclaman.

Señoras y Señores Delegados,

Los tiempos actuales, la escena económica y política interna, las demandas insatisfechas de los pueblos de América Latina y el Caribe requieren de nuestra acción y en ese sentido, no existe actividad o institución pequeña o lejana, porque como ya lo señalara una antigüa sabiduría: "Los actos que comienzan cerca de nuestro corazón, no pueden impedirse que lleguen lejos".

Muchas gracias.

 


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