Titulo |
XXV Reunión Ordinaria del Consejo
Latinoamericano Intervención del Dr. Reynaldo F.
Bajraj, |
Autor
|
Secretaría Permanente del SELA |
Para la CEPAL
es un honor que mucho se aprecia el haber sido invitada a esta XXV
Reunión Ordinaria del Consejo Latinoamericano del SELA y el poder
dirigirles la palabra en
este Panel sobre “Opciones de América Latina y el Caribe
frente a la Crisis Financiera Internacional”. El Secretario General
de las Naciones Unidas, Sr. Kofi Anan, no ha podido hacerse
presente, pues lo han retenido tareas impostergables de la Sede que
requieren su presencia,
pero me ha encargado muy especialmente traerles su saludo y
sus augurios de éxito. Del mismo modo, también envía sus mejores
deseos el Sr. José Antonio Ocampo , el Secretario Ejecutivo de la
CEPAL. Los
organizadores de este Panel sobre Opciones de América Latina y el
Caribe frente a la Crisis Financiera Internacional han encontrado
oportuno que la CEPAL diera una muy apretada síntesis de su visión
de la actual coyuntura,
para contribuir a que en esta sesión inicial quede pintado,
si así se lo quiere ver, el telón de fondo contra el cual se
desarrollarán los debates. Voy a recurrir para ello a los resultados
de nuestras últimas investigaciones y trabajos, así como a
presentaciones de la Secretaría Ejecutiva. Comenzaré aludiendo a la
actual coyuntura en lo social y después en lo específicamente
económico, para ver cómo nos encuentra la crisis, y me referiré
finalmente a nuestra visión sobre la situación y funcionamiento del
sistema financiero internacional. El
Panorama Social de América Latina 1998, que la CEPAL hizo público a
comienzos de este año,
contiene un completo balance de los logros de la región en el
área social en la década de los noventa, pero también de los
estancamientos y retrocesos. El avance más
importante es, sin duda, la reducción de la pobreza. La proporción
de hogares pobres se redujo del 41% en 1990 al 36% en 1997. Debe
anotarse, sin embargo, que aun con esta mejoría la región ni
siquiera logró retornar a los niveles relativos de pobreza que tenía
en 1980, antes de la crisis de la deuda: en efecto, dicha proporción
era entonces del 35%. Consecuentemente, el número absoluto de pobres
no se ha reducido, y se mantuvo durante los 90 en torno a 200
millones de latinoamericanos, cifra que excede en mucho la de 136
millones de pobres de 1980. Aunque la mayoría de la población pobre
de la región reside hoy en las áreas urbanas, la pobreza y,
especialmente, la indigencia han tendido a mantenerse en niveles
relativamente más altos en las zonas
rurales. La
principal razón de la disminución en los niveles de pobreza durante
los 90 es el
crecimiento económico. Por este motivo, Chile, la economía más
dinámica de la región durante la década, ha registrado los mayores
avances en este frente: trece puntos porcentuales. No hay, sin
embargo, una asociación mecánica entre alto crecimiento y reducción
de la pobreza. Esta relación sólo es fuerte cuando el crecimiento
está acompañado por una creación dinámica de empleo en actividades
de alta productividad, patrón que ha estado ausente en la mayoría de
los países de la región. Por esta razón, el crecimiento económico no
se ha traducido en una reducción proporcional de la pobreza. En
cambio, algunos países han logrado avanzar en reducir la pobreza
gracias a una eficaz canalización de transferencias provenientes del
sector público hacia los hogares pobres y al freno a los procesos de
hiperinflación, que golpean considerablemente a la población de
menores ingresos. El caso más destacado es Brasil, donde la
combinación de estos dos factores se reflejó en una caída de doce
puntos porcentuales de la pobreza.
Otro
avance substancial ha sido el aumento del gasto público social. En
su conjunto, dicho gasto se elevó del 10.1% del Producto Interno
Bruto (PIB) en 1990 al 12.4% en 1997. Tres cuartas partes de los
países lograron, con ello, superar el nivel de gasto social por
habitante anterior a la crisis de la deuda. Más de la mitad del
aumento se ha destinado, además, a las áreas del gasto con mayor
impacto redistributivo: educación, salud y asistencia social. Los
mayores beneficios de esta política se observarán en el largo plazo,
ya que existe una relación entre acumulación de capital humano y
crecimiento con equidad. A
diferencia de las variables anteriores, la distribución del ingreso
no muestra ninguna tendencia consistente a la mejoría. De hecho, el
número de países con retroceso en esta área es superior al de
aquellos donde ha habido avance. Esto es, por supuesto,
motivo de gran preocupación ya que América Latina es la región del mundo con
mayores niveles de desigualdad. La
desigualdad que caracteriza a América Latina refleja, entre
otros, factores
educativos, patrimoniales y ocupacionales. En cuanto al primero, educación, ha
habido importantes esfuerzos nacionales, que ya han empezado a dar
frutos. En los otros
dos frentes, el patrimonial y el ocupacional, ha habido
estancamiento o retroceso. Esto último es claramente así en materia
de empleo. Como lo
señala el Panorama Social, la década se ha caracterizado, en efecto,
en casi todos los países de la región, por tres fenómenos,
interrelacionados y preocupantes: un aumento en el desempleo
abierto, una baja generación de puestos de trabajo en sectores de
alta productividad y un aumento en la brecha de remuneraciones entre
las ocupaciones de mayor y las de menor
productividad. La
desaceleración económica que se experimentó en 1998 y la recesión
que, en conjunto, enfrenta actualmente América Latina, indican que
el siglo se cerrará en medio de difíciles tensiones en el frente
social. El deterioro en el mercado de trabajo es el efecto más
directo de la crisis, y,
dada la conexión entre crecimiento y pobreza, es probable que
haya incrementos de pobreza.
La superación de la "brecha de la equidad", como la denominó
la CEPAL hace un par de años, seguirá siendo, al iniciarse el nuevo
siglo, la gran tarea pendiente de América
Latina. El "Estudio Económico de
América Latina y el Caribe" que anticipó la CEPAL hace unos dos
meses y que ahora está disponible en su versión completa, contiene
un análisis de los efectos que ha tenido la reciente crisis sobre
los países de la región.
Los efectos de la crisis internacional que se desencadenó en
Asia a mediados de 1997 terminaron siendo, a la larga, mucho más
profundos de lo que consideraron inicialmente todos los
analistas. Como
conjunto, la región entró en recesión en el segundo semestre del año
pasado y continuó en dicha situación durante el primer semestre de
1999. Debido al peso de
la recesión del primer semestre, no habrá crecimiento en la región
en el conjunto del año, y podría experimentarse, más bien, una
pequeña caída. Sin
embargo, durante ya varios meses ha habido signos de normalización
más o menos generalizados, que permitirán una recuperación durante
el segundo semestre.
Hay, en efecto, signos positivos asociados a la renovación de
los flujos de capital, desde el segundo trimestre, y a la fuerte
disminución de las tasas de interés internas en varios países,
aunque no del crecimiento de las exportaciones. Este sigue estando muy
afectado por la caída de los precios de muchas materias primas y por
la caída del comercio en dos de los grandes bloques de integración
de la región; el Mercosur y la Comunidad Andina. El freno al crecimiento del
comercio en estos dinámicos procesos de integración es, sin duda,
uno de los mayores costos de la crisis. Este
panorama global oculta, por supuesto, situaciones muy
diferentes. En general,
la sorpresa más positiva será, al igual que en 1998, el desempeño de
aquellos países impulsados por las exportaciones a la dinámica
economía de América del Norte y con menor dependencia de los
flujos de capitales más volátiles, como es el caso en Centro América
y algunos países del Caribe. Las economías
más dinámicas serán República Dominicana y Costa Rica, dos economías
pequeñas. Entre las
grandes, México mostrará un desempeño mucho mejor que las economías
sudamericanas. Esto
indica, por lo demás, que la recesión se ha concentrado en América
del Sur. Las tasas
negativas, en grado variable, aparecen en general en todas las
economías sudamericanas, con la excepción de Perú y Bolivia, que
experimentarán crecimientos moderados. ¿Qué
hemos aprendido de esta crisis? Primero, que nuestras
economías siguen siendo muy vulnerables frente a un mercado
internacional de
capitales altamente volátil.
A nivel internacional, se han mejorado los instrumentos para
manejar las crisis, pero los avance son todavía
insatisfactorios. El
sentido de complacencia que parece haberse apoderado de los
principales actores internacionales en este frente es preocupante,
porque reducirá los esfuerzos dirigidos a mejorar una arquitectura
financiera internacional que durante la crisis se identificó como el
factor principal en la inestabilidad de la economía mundial. A nivel interno, ha quedado
claro que durante el proceso de reformas no se actuó lo suficiente
como para reducir la volatilidad frente a los ciclos de capital y,
en especial, para evitar los excesivos ingresos de capital y la
expansión insostenible del gasto durante los períodos de euforia
financiera. En esta
materia, hay avances (todavía insuficientes) en materia de gasto
público, pero no de gasto privado, que tiende todavía a crecer
excesivamente durante los períodos de euforia. Este es un tema sobre el
cual la CEPAL ha llamado la atención en forma insistente y que es
necesario enfrentar decididamente en el
futuro. ¿Cómo se
comporta el contexto financiero internacional en el que nuestra
región se mueve?
La crisis financiera internacional que se inició en Asia hace
dos años, terminó
propagándose con fuerza hacia América Latina. Aunque el retorno de algunos
países latinoamericanos en el segundo trimestre de 1999 al mercado ha sido más
rápido que después de los episodios de octubre de 1997 y agosto de
1998, las condiciones del mercado distan mucho de haberse
normalizado: los costos del endeudamiento siguen siendo elevados y
la disponibilidad de fondos, escasa. Estamos seguros de que la
inestabilidad financiera tendrá nuevos episodios, como los hubo
también antes de la crisis asiática, como el del “tequila” de 1994,
para sólo mencionar uno cercano en el
tiempo. Volatilidad
y contagio han sido los términos favoritos a través de los cuales
los analistas han descrito los dos elementos centrales del
comportamiento del mercado financiero durante las crisis. La primera expresión,
“volatilidad”, señala
la tendencia del mercado a experimentar ciclos agudos de auge y
pánico financiero, donde tiende a crecer, primero, y a contraerse,
después, más allá de lo que justifican, en uno y otro caso, los
llamados factores fundamentales de las economías. El segundo
término, contagio, (y quizás deberíamos decir “contagio
injustificado”), manifiesta la incapacidad del mercado de
discriminar adecuadamente entre los distintos tipos de prestatarios
y su tendencia a propagar ampliamente auges y
caídas. Para
manejar la inestabilidad financiera, a nivel nacional, se han
establecido, en particular desde los años treinta, un complejo
conjunto de instituciones, que actúan tanto como mecanismos
preventivos, como de intervención eficaz para evitar los efectos
desestabilizadores de las crisis. Esta “red de seguridad
financiera”, como también se la ha denominado, incluye las funciones
del banco central como prestamista de última instancia, la
regulación y supervisión financiera, mecanismos de intervención del
Estado para evitar la quiebra desordenada de los intermediarios
financieros, los sistemas de seguros de depósitos etc. Aún cuando esta red a nivel
nacional no siempre evita que ocurran crisis, ha servido, sin duda, para
evitar las manifestaciones más caóticas, como los colapsos
financieros que experimentaron muchos países en el siglo pasado y en
éste, hasta los años
treinta. Existe
creciente consenso en que la frecuencia cada vez mayor de crisis
financieras internacionales que ha vivido el mundo en las últimas
décadas demuestra la ausencia de un desarrollo institucional comparable a nivel internacional. Es decir, la frecuencia y
magnitud de estas perturbaciones refleja la enorme asimetría que
existe entre un mundo financiero internacional cada vez más sofisticado,
pero inestable, y las instituciones que lo regulan. El mundo carece,
en pocas palabras, de instituciones apropiadas para la globalización
financiera. Este hecho
viene siendo reconocido cada vez más en las discusiones
internacionales. A lo largo de ellas han surgido ya además algunos consensos
importantes, que se
reflejan en los pronunciamientos del Grupo de los Siete, de los
Jefes de Estado y de Gobierno de nuestra región, del Fondo Monetario
y de otros organismos internacionales, incluido un documento
relativamente reciente de los organismos económicos y sociales de
Naciones Unidas, en cuya elaboración la CEPAL tuvo el papel de
coordinador.
Existe, por
empezar, consenso sobre la necesidad de mantener políticas
expansionistas en los países industrializados, mientras subsista la
incertidumbre financiera actual, y de disponer de financiamiento
contingente para apoyar a las economías en crisis antes y no
después de que el nivel de reservas internacionales alcance niveles
críticos. Hay también un
acuerdo básico sobre la conveniencia de mejorar la información, de
concertar códigos de conducta internacionales en diversas áreas y de
mejorar la supervisión y regulación prudenciales a nivel global.
No menos
importante, hoy se reconoce en forma amplia que la liberalización de
la cuenta de capitales debe ser ordenada y cautelosa, especialmente
en lo que tiene que ver con flujos de corto plazo, que debe tener
como prerrequisito eficaces mecanismos de regulación y supervisión
prudencial a nivel nacional, y que cualquier ordenamiento
internacional en este frente debe mantener salvaguardias para
enfrentar coyunturas difíciles. Por último, existe un amplio
consenso sobre la necesidad de fortalecer las redes de protección
social, para evitar los efectos nocivos de los procesos de ajuste
sobre grupos más vulnerables de la
sociedad. Al lado de éstos y otros importantes consensos,
existen, sin embargo, múltiples discrepancias, algunas de decisivo
interés para los países en desarrollo. La primera y más importante
se refiere al financiamiento de los mecanismos de contingencia. Los
periódicos aportes de las naciones industrializadas al FMI o a
créditos de contingencia específicos han demostrado ser un mecanismo
lento e incierto de financiamiento. Es necesario diseñar
instrumentos mucho más confiables en términos de su eficacia para
responder con rapidez a las demandas adicionales de liquidez en
épocas de crisis. El uso activo de los derechos especiales de giro
con este propósito sería, sin duda, muy apropiado. La creación de
dichos derechos durante los períodos de crisis podría incluso
acompañarse con su destrucción automática durante los períodos
posteriores de recuperación, incluyendo de esta manera un
ingrediente anticíclico en el
manejo de la liquidez internacional. Pero esto, que es del más
alto interés para los países en desarrollo, no concita aprobación
unánime. El otro tema de
polémica es el de la condicionalidad de los apoyos financieros de
contingencia, en particular la
condicionalidad del Fondo Monetario Internacional. Asimismo, mientras no existan un
ordenamiento adecuado y, muy especialmente, un marco regulatorio
apropiado a nivel internacional para prevenir las crisis, y reglas claras de acceso a
recursos contingentes en cantidades apropiadas, los países en
desarrollo deben, a nuestro juicio, mantener la autonomía del manejo
de la cuenta de capitales, pero esto es también motivo de
discrepancias. La coyuntura
actual brinda, además,
una valiosísima oportunidad para repensar el papel de
instituciones financieras de carácter regional y subregional.
Estamos convencidos de que
un orden financiero internacional que incluya una red de fondos de reservas y
bancos de desarrollo regionales y subregionales, y no solo unos
pocos organismos globales,
no sólo contribuiría a la estabilidad económica internacional
sino también a una situación más equitativa a nivel mundial. El debate sobre esto, sin embargo, apenas está
comenzando. Finalmente, es conveniente recordar que
la atención que –por
fuerza- ha atraído el
tema del financiamiento para enfrentar crisis, no debería menoscabar
la atención que se preste al financiamiento para el desarrollo como
tal. Es necesario quebrar la tendencia que ha tenido la ayuda para
el desarrollo de origen bilateral, que ha descendido de 0.35 %
del PBI de los países industrializados en los años ’80 a 0.22 % en
1998. Es también necesario mantener un ritmo alto y estable de
crecimiento del crédito multilateral para la inversión productiva de
largo plazo. Esto es
decisivo no sólo para los países más pobres sino también para países
de ingreso medio, especialmente los de tamaño más reducido, que no
tienen fácil acceso a los flujos privados.
*** Tornando a los
escenarios nacionales, la
crisis ha hecho evidente que América Latina y el Caribe y el
mundo en desarrollo, en general, siguen siendo muy vulnerables a los
ciclos de financiamiento externo. Ello llama la atención, como es
obvio, sobre la necesidad de contar también con mecanismos
nacionales apropiados para manejarse en forma eficaz frente a
estos ciclos externos.
Déjenme terminar, por lo tanto, con una reflexión simple pero
central sobre esta materia: La importancia de
cambiar el centro de atención de las autoridades, del manejo de las
crisis hacia el manejo de las bonanzas, ya que las primeras son, en
la mayoría de los casos, el resultado inevitable de bonanzas mal
manejadas. Este postulado, que se aplica, por supuesto, a las
instituciones internacionales, es válido con igual razón para las
políticas nacionales. La
concentración de la atención en el manejo de las crisis ignora un
hecho que debería ser evidente: que los grados de libertad de las
autoridades nacionales son mayores en las bonanzas que en las
crisis. Una bonanza caracterizada por la expansión excesiva del
gasto público y privado genera inevitablemente un ajuste, cuya
severidad es función del exceso de gasto precedente. Una
sobrevaluación de la moneda basada en ingresos de capital
transitorios o unos precios extraordinarios de los productos de
exportación, da lugar a una fuerte presión sobre la tasa de cambio o
las tasas de interés, una vez
que dichos fenómenos transitorios
desaparecen. Así las cosas,
el reto fundamental para el manejo de la vulnerabilidad externa es
diseñar instrumentos apropiados para administrar las bonanzas. Este
tipo de instrumentos debe incluir, en primer término, mecanismos
para esterilizar ingresos fiscales transitorios. Las experiencias
parciales que se han venido acumulando en varios países de la región
con fondos de estabilización de ingresos fiscales ligados a la exportación de
productos básicos deben extenderse al manejo de niveles transitorios
de ingresos tributarios en general. Esto implica, por lo demás, que
los objetivos fiscales deben fijarse, no en función del déficit
fiscal corriente anual, sino de alguna medida de déficit
estructural, como acontece en los países de la OCDE.
En
el frente monetario y cambiario, el sistema de encajes sobre pasivos
en moneda extranjera, que han venido utilizando con éxito algunos
países, es un ejemplo de mecanismo para mantener una buena
estructura temporal de los pasivos y de moderar las presiones
cambiarias y monetarias que se generan durante los períodos de
bonanza. Por
cierto, me he concentrado, tal como lo requiere la agenda de la
reunión, en tópicos financieros, pero va de suyo que concebimos los
esfuerzos en este terreno como condición necesaria, no suficiente,
para avanzar en la esfera de lo que la CEPAL llama "Transformación
Productiva con Equidad", como estrategia enderezada al objetivo
último de las políticas públicas, que es el de promover las
oportunidades y el bienestar de la población. Señor
Presidente, Nuestra región
avanza, con grandes dificultades, por el camino del desarrollo
económico con equidad social, pero las circunstancias globales
externas, junto con abrir nuevas oportunidades –como las que resultan de la
expansión del comercio y de los flujos financieros- plantean nuevas
amenazas y desafíos. La
cooperación entre los países latinoamericanos y caribeños, en sus
múltiples formas posibles, comenzando por la discusión y comparación de estrategias
alternativas para enfrentar las crisis en cada país, como en el
diálogo que hoy nos reúne,
pasando por la integración y llegando quizá al
aunamiento de esfuerzos para impulsar un orden financiero
internacional más racional, más justo y más propicio para todos, la
cooperación entre los países latinoamericanos y caribeños –digo- es
uno de los activos intangibles más valiosos que posee la región. La
Secretaría de la CEPAL sigue a disposición de Uds. para colaborar en
lo que esté a su alcance para que ese activo se potencie y se
utilice al máximo.
Quedamos a sus órdenes. Nada más.
Muchas gracias. |
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