Titulo |
XXV Reunión Ordinaria del Consejo
Latinoamericano Intervención del Embajador Carlos J.
Moneta, |
Autor
|
Secretaría Permanente del SELA |
Sesión
inaugural de la etapa ministerial de la XXV Reunión Ordinaria del
Consejo Latinoamericano Señor Presidente de
la XXV Reunión Ordinaria del Consejo
Latinoamericano, Señores Jefes de
Delegación, Señoras y señores
Delegados, Señores Observadores
e invitados especiales, Señoras y
señores: En este
Panel, calificados expertos y autoridades de organismos financieros
y económicos de nuestra región, de Asia y de países de la Unión
Europea, han presentado sugestivos análisis y sugerencias para la
acción futura de América Latina y el Caribe.
Permítaseme abordar el tema con algunas
reflexiones de carácter más general. Como ha sido señalado en
documentos de la Secretaría Permanente del SELA
[1]
,
la región latinoamericana y caribeña ha experimentado, desde los
años ochenta, la puesta en práctica de un paradigma económico
aplicado con pocas variantes a economías muy dispares. Al renunciar
a modelos endógenos, la agenda ha sido la misma para la mayoría de
los países: apertura comercial y financiera, privatización y
reducción del sector público, eliminación de subsidios, reformas de
los sistemas de seguro social, flexibilización de los mercados
laborales.
Esta
agenda única supone, por una parte, la adopción pasiva de modelos
externos y “universales”, y por la otra, la existencia de economías
estructuralmente uniformes, donde el comportamiento del mercado es
similar. Supone también una doble premisa: en primer lugar, que el
marco institucional doméstico esté listo para instrumentar los
cambios de políticas requeridos por el modelo; en segundo lugar, que
el entorno internacional brinde condiciones favorables –sobre todo,
estabilidad– y flujos de financiamiento para el desarrollo. Lamentablemente, estas
premisas se hallan lejos de haberse
cumplido.
Desde
1997, y de una manera mucho más nítida que en 1994-95, las crisis
del Sureste Asiático y de Rusia, luego de su fuerte impacto en la
región , han evidenciado un fenómeno nuevo, directamente vinculado
al proceso de globalización: a partir de esta década, las crisis
monetarias y financieras tienen amplias, rápidas y profundas
ramificaciones sobre las corrientes de comercio y sobre la capacidad
de crecimiento económico.
No
estamos en presencia de turbulencias coyunturales, sino de profundas
perturbaciones, cuyas oscilaciones afectan los fundamentos de las
economías nacionales y del sistema global. Al alcance geográfico se
añaden graves repercusiones intersectoriales, que no se limitan a
ajustes cambiarios y crisis bursátiles, sino que trascienden esos
ámbitos para generar desestabilizadoras salidas de capital de corto
plazo; aumentan los diferenciales de los bonos emitidos por la
región; deterioran las clasificaciones de riesgo de todas las
economías emergentes; obstaculizan el acceso a los mercados
internacionales de capital y contagian los sistemas bancarios
domésticos.
Adicionalmente, el impacto se extiende a las corrientes
comerciales inter e intraregionales; se modifican patrones de
competitividad de productos y de países y cambian las perspectivas
de penetración en los mercados.
En
América Latina y el Caribe, los próximos años estarán signados,
entre otros factores, por los impactos financieros y comerciales de
mediano y largo plazo de las crisis actuales y por la preocupación
de prevenir y controlar los impactos de crisis futuras. Cabe recordar que de las
cuatro grandes crisis financieras que se produjeron en las últimas
décadas, dos se originaron en nuestra región y las dos restantes la
afectaron en forma sustantiva.
Las
crisis y sus repercusiones han puesto en evidencia no sólo la
permeabilidad, sino también la vulnerabilidad de América Latina y el
Caribe ante factores exógenos que escapan a su margen de
acción. Esto implica la
necesidad de introducir importantes cambios en las políticas
económicas gubernamentales en el plano nacional, regional e
internacional, en la gestión empresarial y en la concertación de
esfuerzos entre los sectores público y privado y el conjunto
social. Poder responder
con éxito a este desafío -que a partir de la dimensión financiera
cuestiona las bases mismas del modelo actual de desarrollo e
inserción internacional de nuestros países- requiere contar con
agentes aptos y coordinados, por parte del Estado y de la sociedad
civil y hacer valedera la expresión democrática de los pueblos. Nos encontramos ante la
necesidad de propiciar un retorno del papel orientador del
Estado.
Un Estado
con fuerte capacidad de iniciativa, creativo, impulsor y sin
complejos para emprender políticas activas. Un Estado que pueda
responder innovadoramente no sólo a las compulsiones externas sino,
en primer lugar y en acuerdo con la sociedad civil, a la complejidad
de los cambios que tienen lugar en nuestras sociedades, por la vía
de la generación de nuevos espacios de expresión y articulación
política democrática. Es decir, nos referimos a un Estado que deje
atrás las visiones neoliberales y populistas y ponga su centro de
gravedad en acuerdos sociales en torno, entre otros, a la equidad, a
la educación, al bienestar y a la incorporación de los avances
tecnológicos. Sólo el
desarrollo de esas dimensiones puede proveerle la inspiración, el
apoyo societal y las condiciones de gobernabilidad que construyan su
viabilidad para la acción externa.
Todos
conocemos -y hemos sido hasta cierto punto, víctimas- de la
masivamente promocionada tesis de la declinación del Estado ante el
proceso de globalización económica. Aceptando que los Estados de
los países en desarrollo han sido severamente afectados, el examen
del tipo, calidad y efecto de sus respuestas a los desafíos de la
globalización señalan claramente que las distintas regiones y países
no reaccionan de la misma forma, dado que sus estructuras
socioculturales y políticas poseen rasgos específicos y diversos,
catalizando y elaborando de distintas maneras los impactos
externos
[2]
. Las diferencias que
presentan esas respuestas estriban, en medida importante, en la
distinta combinación de los elementos que componen la ecuación
Estado-Sociedad y, en la percepción de cada país de su margen de
maniobra en el sistema internacional, procurando ampliar los límites
de las acciones permisibles sin incurrir en penalizaciones
excesivas.
En ese
contexto, un análisis comparativo de las estrategias y acciones
adoptadas por los países de Asia y de América Latina ante la crisis
financiera que se iniciara en 1997, ofrecen un rico y productivo
espacio de reflexión y de constatación fáctica, que puede contribuir
a la determinación de los rumbos y medidas que convendría adoptar en
el futuro por parte de nuestra región. De igual manera, cabe
explorar los puntos centrales de interés de los principales actores
económicos, que se expresan prescriptivamente en creencias, normas y
reglas formales de conducta a ser seguidas en la arena mundial. Esas prescripciones son
importantes para determinar el rol del Estado ante los flujos
financieros y comerciales.
La fase
básica del análisis de las acciones adoptadas por los principales
países afectados por la crisis financiera en Asia y América latina y
el Caribe, ya ha sido realizada por la CEPAL el año pasado. Se cuenta, además, con
numerosos estudios sobre distintos aspectos del tema efectuados por
instituciones extranjeras y de nuestra región. Creo, sin embargo, que aun
no ha sido adecuadamente examinado un tema central. Asumiendo que recién
iniciamos esta reflexión en nuestra región, ¿cuál ha sido la
evaluación que de su propia experiencia ha hecho Asia del Pacífico
con respecto a los cambios a introducir o líneas a confirmar en sus
enfoques estratégicos y sus políticas
económicas?
Con
respecto a las perturbaciones existentes y a su posible resolución
en el sistema financiero internacional, se ha señalado que se trata
de una "dictadura de las finanzas internacionales"
[3]
. También se ha enfatizado
[4]
,
que nos hallamos más cerca de una situación en la cual los actores
más importantes del sistema financiero internacional y los países
sujetos a los vaivenes de los flujos financieros especulativos
comparten en forma mutua -si bien, asimétrica- el carácter de
rehenes. Así, las
prácticas actuales con respecto al libre movimiento de capitales de
corto plazo en el sistema internacional podrían conducir a un caos,
si los actores nacionales dejaran de aplicar políticas fiscales y
monetarias responsables y de absorber los brutales costos económicos
y sociales de esas operaciones.
Asimismo,
los mercados financieros pueden castigar -como ahora lo están
haciendo- a los Estados que no cumplen con sus normas, pero, en el
largo plazo, sus beneficios dependen de la existencia y
funcionamiento de un sistema interestatal-transnacional en el cual
las economías nacionales son conducidas y gerenciadas por actores
públicos competentes y responsables. Más allá de cierto punto, la
reducción del poder de intervención del Estado en materia financiera
pueda poner en grave riesgo colectivo la obtención de beneficios por
los actores financieros transnacionales
[5]
.
Se abren
aquí dos vías a explorar:
por una parte, un cambio posible de concepción y valores en
los criterios de responsabilidad de quienes adoptan las decisiones:
algunas modificaciones en la dirección adecuada comienzan a
observarse en los organismos financieros multilaterales, pero,
lamentablemente, aún continúan plagadas de retrocesos y
oscilaciones. Por la
otra, la consideración de escenarios en los cuales los que movilizan
los capitales transnacionales, deseosos de maximizar los beneficios
a obtener, no miden -o lo hacen incorrectamente- los riesgos a que
someten a los actores nacionales, conduciéndolos a sufrir
situaciones de altísimos costos económicos, sociales y políticos. En
ese marco de posibilidades, se puede firmemente sostener
[6]
que el fortalecimiento de la capacidad de intervención de los
Estados en los mercados financieros reduce a condiciones previsibles
márgenes de riesgo que de otra manera, resultarían
intolerables. En suma,
si el proceso de globalización económica torna aún más difícil e
inviable para los Estados el ejercicio de su poder regulador en el
plano económico, los actores transnacionales pueden resultar
gravemente afectados.
En ese sentido, además de otros beneficios para la sociedad,
el fortalecimiento del Estado en los países en desarrollo coincide
con los intereses básicos de los actores financieros
transnacionales, aún cuando muchos de ellos no sean capaces de
reconocerlo.
Por último, dos breves comentarios sobre algunas de las opciones
presentes para América Latina y el
Caribe.
Si bien
parecen haberse superado las situaciones más críticas de la crisis
financiera internacional, subsisten sus secuelas negativas tanto en
Asia como en nuestra región.
De igual manera, mantiene su vigencia la situación de
vulnerabilidad, inestabilidad e incertidumbre en la arena
global. En este
contexto, además de los lógicos esfuerzos a realizar en pos de la
restructuración de las relaciones económicas internacionales, el
incremento y cambio cualitativo de la cooperación externa y la
adopción de políticas internas adecuadas, se debería avanzar en
profundidad en la articulación de líneas de defensa financiera a
nivel regional y subregional.
En efecto, en distintos foros calificados se ha señalado
durante los últimos meses
[7]
,
que, por diversas causas no existen signos de que el "Grupo de los
Ocho" esté en condiciones de promover la introducción de reformas
profundas en el actual sistema financiero internacional. Por ello, las regiones en
desarrollo se ven obligadas a realizar un gran esfuerzo para
establecer defensas financieras efectivas en sus propios
dominios. Es vitalmente
necesario impulsar el establecimiento de una red de fondos de
reserva y de bancos de desarrollo regionales, como también lo es
revisar los vínculos finanzas-comercio y consolidar en el marco
nacional los mecanismos bancarios, el fomento de ahorro y las redes
de protección social.
No es
obra de la casualidad que en este Panel estén presente el Fondo
Latinoamericano de Reservas, la ALADI, la CEPAL y el SELA,
acompañados por distinguidos representantes de instituciones
asiáticas y europeas.
Creemos que una condición absolutamente necesaria, sin ser
suficiente, es avanzar hacia una muy estrecha coordinación y
cooperación en las acciones de los organismos regionales y
subregionales de América Latina y el Caribe en apoyo de los países
de la región. De igual
manera, estimamos que existe un amplio espacio para desarrollar la
cooperación con Asia del Pacífico y con la Unión Europea en ésta y
en otras áreas de la actividad internacional vinculada al desarrollo
y a la construcción de un sistema interestatal-transnacional más
plural y equitativo.
Señoras y
señores representantes, distinguidos miembros del
Panel:
Reconozcamos que el "mercado" es una
categoría dura
[8]
. Para muchos, es el lugar
natural de autoregulación por la vía de la competencia del capital y
del trabajo; para otros, un lugar donde se consuma la explotación de
importante segmentos de las sociedades de nuestros países. La pregunta central que
surge es quién y como determina el mercado. La respuesta: lo determinan
las relaciones de poder.
La disciplina de la política económica internacional
establece claramente que los fenómenos económicos internacionales
son el resultado tanto de factores económicos como de factores
políticos. Ambos son
predeterminados por las relaciones de poder a escala
interestatal-transnacional entre los Estados-naciones y los grandes
operadores privados, cristalizadas parcialmente en las instituciones
y regímenes de la economía internacional. El lenguaje diplomático
puede suavizar los tonos y esfumar los contornos del paisaje, pero
esas son las realidades que debemos enfrentar. La formulación y puesta en
práctica de un sistema de restricciones mutuas que debería regir
simultáneamente para los Estados y para los operadores privados,
requiere sostenernos sobre nuestros propios pies con creciente
autoconfianza y vigor.
Este sistema estaría destinado a que ambos tipos de actores
tengan en cuenta las externalidades que surgen en un mundo de
constante incremento de la interdependencia. Debemos tener muy en cuenta
que junto a la globalización surgen las diversas formas y
localizaciones de la integración regional. En ese sentido, es dable
esperar que la regionalización económica, acompañada de la
regionalización política, dé lugar a regímenes regionales que
convivan con la globalización.
Creo que en esa dirección debemos aunar nuestros
esfuerzos.
[1]
SELA, Globalización
con desarrollo: Aportes de la Secretaría Permanente a la agenda de
América Latina y el Caribe en la UNCTAD X; Documento
SP/CL/XXV.O/Di Nº 4, Caracas,
26-28/10/99.
[2]
Carlos J. Moneta, en SELA-AECI, El
Laberinto Económico: La agenda de América Latina y el Caribe frente
a la crisis financiera internacional,
Editorial
Corregidor, Buenos Aires, octubre de
1999.
[3]
Ver F. Block, The Vampire State and other stories, New Press,
New York, 1996.
[4]
Ver F. Block, obr. cit. y P. Evans, "The Eclipse of the State?", World Politics Nº 50, oct.
1997.
[5]
F. Block, obr. cit.
[6]
P. Evans, art. Cit.
[7]
Reunión Regional de Alto Nivel “Hacia un Sistema Financiero
Internacional Estable y Predecible y su Vinculación con el
Desarrollo Social” Secretaría de Relaciones Exteriores de México,
México D.F., 5-7 septiembre de
1999.
[8]
F. Mires, La
revolución que nadie soñó o la otra modernidad, Ed. Nueva
Sociedad, Caracas, 1996. |
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