Titulo |
XXV Reunión Ordinaria del Consejo
Latinoamericano Intervención del Doctor Roberto
Guarnieri, |
Autor
|
Secretaría Permanente del SELA |
Es a la
vez un privilegio y una gran responsabilidad la invitación del
Secretario Permanente del SELA, Dr. Carlos Moneta, en nombre del
Consejo Ministerial,
para dirigirme a esta asamblea. Lo hago
como Presidente del FLAR, del Fondo Latinoamericano de Reservas, una
institución financiera establecida hace 20 años como Fondo Andino de
Reservas. El FLAR
sigue siendo, todavía, una Institución Andina en cuanto a su membresía.
Yo espero
que por poco tiempo mas.
Estamos en
pleno desarrollo de una gestión sistemática dirigida a convertirlo
gradualmente en un autentico organismo Latinoamericano, conforme al
propósito que fundamentó su adecuación estatutaria en el año de
1991. En estos
momentos la Asamblea Nacional de Costa Rica está considerando el
proyecto de ley de adhesión al Fondo. Otras
gestiones bilaterales están en curso. Mientras
que, con motivo de las reuniones anuales del Banco Mundial y del
Fondo Monetario Internacional, el mes pasado en Washington, se
reiteró nuestro criterio de expansión institucional ante la Asamblea
plenaria de gobernadores de Bancos Centrales
Latinoamericanos. Tal
propósito no constituye una mera
formalidad. Responde a
una evaluación rigurosa de los requerimientos actuales y futuros de
los países de América Latina en las áreas que constituyen el ámbito
de acción del Fondo Latinoamericano de Reservas: La estabilización monetaria
y la integración económica. Nos lo
hemos propuesto porque estamos convencidos de su extraordinaria
importancia. Porque
creemos que es indispensable fortalecer la estructura institucional
supranacional latinoamericana en el campo monetario a fin de
compensar de manera efectiva la intensidad del contagio de las
crisis externas y estabilizar las economías nacionales. Por que, a
su vez, la estabilidad económica es crucial, para sostener el
proceso mismo de la integración regional y
latinoamericana. En el
fondo, nuestro objetivo último es ese: la unión económica de
nuestros países. Y no
abrigamos, duda alguna en cuanto al camino a seguir para
alcanzarlo. Depende
críticamente de la estabilidad económica, interna y externa.
Pero lo
importante, lo
indispensable, es que nuestros Gobiernos y Bancos Centrales estén
convencidos de ello y de sus consecuencias para la formulación de la
política económica.
De que
ustedes, señores Ministros, lo consideren un objetivo prioritario
del Estado, y respalden su
instrumentación. Por ello,
dedicaré el resto de esta presentación a fundamentar su relevancia.
En
particular, me concentraré en la estrecha relación existente entre
moneda e integración.
De su
significado para la ulterior definición de políticas de
Estado. Y, por lo
tanto, de sus implicaciones a los efectos del establecimiento de
metas y procedimientos en cuanto a las políticas de cooperación
económica y monetaria entre nuestros
países. Mi punto
de partida –espero que inobjetable- es la convicción prevaleciente,
en toda América Latina, de la relevancia de la
integración. Me parece
que se aprecia cada vez mas – y el ejemplo europeo es determinante
en este sentido- su
extraordinaria trascendencia económica, social y
política. Pero que,
al mismo tiempo, hay una percepción igualmente generalizada de su
dificultad. Y con
razón. Que el
camino de la integración es largo y difícil lo saben bien los
europeos. Pero allí
están, orgullosos –con todo derecho- de su magnífico logro: una
moneda común, un Banco Central Europeo. El Euro
representa sin duda el símbolo mas acabado de la culminación de un
proceso que sin exagerar se puede calificar de impresionante, por lo
que significa y por el brevísimo lapso de tiempo, históricamente
hablando, que ha requerido. La moneda
ha sido siempre la representación eximia de unidad política, de
soberanía, de afirmación nacional. Es por lo
tanto y por excelencia un elemento esencialmente integrador.
Anteriormente,
a nivel nacional y ahora, en este nuevo orden económico mundial que
se está fraguando, a escala supranacional.
Y es que
sin integración monetaria siempre será incompleta y precaria la
integración de naciones o de regiones. Con ella,
se hace irreversible. No puede
haber integración económica real y permanente en un espacio
geográfico determinado si no se establecen las bases de una moneda
común. Si creemos
realmente en la integración esa debería ser nuestra meta: La unión
monetaria. ¿Es ambiciosa? Ciertamente! Es de
difícil logro? Por
supuesto. Pero
debemos preguntarnos: es posible? Sin
duda. Está en
nuestras propias manos lograrlo y depende exclusivamente de la
voluntad, la decisión y el esfuerzo propios.
Yo pienso
que no solo es posible hacerlo sino que sería –si se me permite-
irresponsable, renunciar a ello, si estamos convencidos que
constituye una meta deseable y, en su proyección, un logro histórico
formidable. Qué hay
que hacer entonces? Muchísimo. No nos equivoquemos. El
trabajo que tenemos por delante es complejo. Requiere inteligencia,
decisión, constancia y tiempo. Presupone acciones
nacionales sistemáticas y coordinadas y una acción supranacional que
las complemente y refuerce. El punto
de partida que a su vez impone en si mismo la necesidad de una
extraordinaria disciplina y visión política, es la estabilidad de
las monedas nacionales. Mientras
no se consolide una situación de moneda sana en cada uno de nuestros
países todo progreso en materia de integración será precario e
incierto. Este es,
sin lugar a dudas, el mayor obstáculo que confronta la integración
de América Latina,
la presente situación de inestabilidad
monetaria. Se han
hecho progresos importantes en años recientes en todas nuestras
naciones pero todavía estamos muy lejos de ella. En algunas, mucho más que en
otras.
Pero hay
un hecho muy importante y, por asombroso que parezca, es
relativamente reciente.
Y es que
en toda América Latina se está arraigando el convencimiento de la
prioridad absoluta que debe tener la estabilidad monetaria dentro de
la política económica general. Esto es
así, en primer lugar, por supuesto, en los Bancos Centrales pero
también cada vez mas en otros sectores y, sobre todo, a nivel de los
propios Gobiernos. Es un
desarrollo muy auspicioso pues reconoce, aún al nivel político, mas
inclinado u obligado, a veces, al cálculo de corto plazo, la
importancia de una moneda sana para sostener continuamente –sin
fluctuaciones ni retrocesos- el proceso de crecimiento, la
canalización del ahorro a la inversión productiva, la eficiente
asignación de los recursos y, con ello, la mas efectiva realización
del potencial económico nacional. Pero no
basta con la voluntad para abatir la inflación.
La
decisión de hacerlo debe estar respaldada por instituciones y
mecanismos de intervención adecuados para asegurar el mantenimiento
de la estabilidad a lo largo del
tiempo. De
instituciones diseñadas para la neutralización de impactos
aleatorios, internos o externos, sobre el curso económico que
atenúen los efectos iniciales adversos de tales choques que de lo
contrario producirían consecuencias acumulativas y la pérdida
–nuevamente- del equilibrio monetario y con ello del tipo de
cambio. Porque la
otra cara de la estabilidad de precios es la propia estabilidad de
las relaciones cambiarias. Y destruido, o en estado
precario, el equilibrio de los tipos de cambio entre países que
pretenden prosperar hacia su efectiva integración económica. Qué mercado único –que es su
esencia- puede
haber? Estrictamente
hablando ninguno.
Conceptualmente,
un mercado integrado presupone ausencia de factores que afecten de
manera diferencial la formación de los precios dentro del territorio
relevante. Significa
por lo tanto uniformidad desde diversos puntos de vista.
El
impositivo y arancelario por ejemplo.
Y por eso
será indispensable la convergencia hacia una normativa común en esta
y otras áreas determinantes en la formación de
precios. Pero eso
no basta.
La
condición necesaria adicional -mientras no haya una moneda única- es
que sea posible establecer a lo largo del tiempo las relaciones de
valores monetarios en todo el espacio geográfico pertinente, con
igual grado de certidumbre con el cual puede hacerse en cada uno de
los países individuales. Lo cual
implica una situación tal de equilibrio monetario en nuestros países
que permita el mantenimiento de tipos de cambio relativamente
estables entre las monedas nacionales. Es
importante apreciar la importancia e implicaciones de esta condición
pues evidentemente no bastaría con fijar por disposición oficial una
paridad entre las monedas.
No, para que ello sea
económicamente válido, es decir para que produzca las decisiones
racionales deseadas en materia de comercio, de consumo y de
inversión, esa situación de paridad cambiaria debe ser apreciada
como invariable o con un muy estrecho margen de variabilidad a lo
largo del período de tiempo relevante. En otras
palabras, debe haber ausencia de expectativas significativas de
modificación cambiaria durante el horizonte temporal necesario para
que la toma de decisiones sea eficiente desde el punto de vista
económico. Pero, para
eso, es indispensable la ausencia de
inflación. Y para que
se generalice y consolide la credibilidad en la estabilidad
cambiaria, esa ausencia de inflación deberá primero mantenerse
durante un lapso de tiempo relativamente largo
Por ello,
el objetivo primordial de nuestras autoridades nacionales debe ser
el de obtener la estabilidad de precios a mediano plazo a como de
lugar. Pero hay
que destacar que esto no puede ser solamente -ni siquiera a veces
principalmente- la
resultante del control monetario. Es
imprescindible, entre otras condiciones, que haya un grado
suficiente de flexibilidad en la formación de precios y de
salarios.
Pues, en
una economía dinámica y eficiente hay necesidad continua de ajustes
en los precios relativos. Solo así
podrán asimilarse cambios en las respectivas condiciones de oferta y
demanda sin que se reavive la
inflación. Y solo
mediante una adecuada respuesta de los precios relativos puede haber
ajustes en los comportamientos de los participantes en los mercados
–de bienes y servicio- de trabajo y de capitales- consistentes con
la eficiencia económica y el crecimiento sostenido, en un contexto
de estabilidad. Por eso la
importancia de realizar las reformas estructurales pertinentes en
sectores claves como el fiscal y el laboral que mejoren la movilidad
de los factores productivos. Este es un
aspecto de la mayor trascendencia para el objetivo de la estabilidad
monetaria. Pero las reformas
estructurales constituyen una tarea difícil por los intereses y
ventajas, algunas mas imaginarias que reales, que se desprenden de
la situación prevaleciente, para determinados sectores. Requieren por lo tanto de
una gran voluntad y respaldo políticos. Lograrlo
puede ser políticamente costoso pero es indispensable para
establecer una base firme para el control efectivo de la
inflación. Además, la
adecuación de la infraestructura normativa e institucional
relevante, que abarca particularmente el sistema financiero y
bancario, conjuntamente con el área fiscal y el mercado de trabajo
ya citados, debería cumplirse dentro del contexto del proceso de
integración, es decir sobre bases esencialmente
comunes. Esta es la
actividad que corresponde a lo que se ha denominado armonización y
convergencia de políticas, que además del área institucional y
normativa, debe comprender,
en cuanto a variables económicas propiamente dichas, tasas de
inflación, coeficientes de deuda externa, balance fiscal, tasas de
interés y, por supuesto, los propios tipos de cambio como
resultantes de todas las anteriores. Pues, todo
eso tenemos que confrontar y realizar. Y si se
puede. Internamente,
el pivote institucional de este proceso de estabilización lo
constituyen los Bancos Centrales que deben ser plenamente autónomos
en la formulación de sus objetivos y políticas. Eficientes y
creíbles en términos de su autoridad moral y de los instrumentos a
su disposición. Su
complemento principal radica en un sistema bancario interno
suficientemente capitalizado, solvente y responsable en la gestión
de intermediación. Ya es
mucho decir. Pero aún
así, en las condiciones prevalecientes de globalización
económica, que es el
contexto de referencia de este panel, eso no
basta. Y no basta
porque la incidencia destabilizadora potencial de choques externos
–que se manifiestan principalmente a través de los movimientos de
capitales- es enorme y puede trascender la capacidad financiera e
institucional interna de manejarlos. La propia
dinámica de los movimientos de capitales, su intensidad y duración
y, por lo tanto, el impacto sobre las economías nacionales, los
tipos de cambio y los precios también dependerá, críticamente, de la
posición de reservas internacionales de los Bancos Centrales
respectivos y de su capacidad de acceder a recursos adicionales de
manera oportuna y en montos adecuados. Con
frecuencia, si los mercados perciben una debilidad en este sentido,
aún en situación de relativa estabilidad interna inicial y de
equilibrio en las variables económicas fundamentales, la generación
de expectativas adversas puede desencadenar movimientos acumulativos
indetenibles. Es en
estos casos donde debe entrar en juego con autoridad y fuerza el
sistema institucional Latinoamericano. Por ello mantengo que
para asegurar la continuidad de los esfuerzos nacionales y hacer
frente con éxito a los choques de origen externo, es de importancia
crucial contar con un organismo supranacional propio, de carácter
monetario, que respalde debidamente a los Gobiernos y a los Bancos
Centrales cuando sea necesario. Puede ser
la diferencia entre estabilidad y crecimiento o volatilidad y
recesión. Entre
integración económica genuina o solo aparente e
insustancial. Y quiero
reiterar con énfasis dos consideraciones: la condición de monetario
y el carácter de propio de ese
organismo. Monetario,
porque su función es de estabilización y debe ejecutarse dentro del
circuito monetario propiamente dicho: Los Bancos Centrales y los
sistemas bancarios nacionales. Y propio,
porque sus normas y actuaciones deben ser convenidas por nosotros
mismos, sin condicionamientos externos, en función del objetivo
último de la integración
y en atención a sus requerimientos de carácter monetario y
cambiario. Permítaseme
decir que el Fondo Latinoamericano de Reservas, dentro de su ámbito
geográfico, ha venido cumpliendo una acción significativa a este
respecto. El crédito a
un país miembro de 411 millones de dólares, en octubre del pasado
año y la reciente provisión de facilidades de liquidez a otro, por
hasta 500 millones de dólares,
son prueba de ello. Pero,
nuestra capacidad actual de intervención podría verse rápidamente
superada por las crecientes necesidades potenciales de liquidez y de
crédito a mediano plazo que las circunstancias económicas mundiales
de volatilidad de las corrientes de capital pueden imponer a nuestros
países. Y para ese
evento debemos estar preparados.
Para
atender con oportunidad esas posibles
demandas. Para
hacerlo en montos y términos consistentes con el mantenimiento de la
estabilidad monetaria. Para
mantener la autonomía de nuestros países miembros en la formulación
de sus políticas económicas. Para
reducir su dependencia de fuentes tradicionales de liquidez cuya
condicionalidad y demora de giro pueden ser inconsistentes con
objetivos nacionales y de integración
prioritarios. Y para
ampliar el alcance de su función estabilizadora al resto de América
Latina. Por ello,
el incremento sostenido del capital actual de 1000 millones de
dólares y la expansión de la membresía a otros Bancos Centrales,
constituyen nuestros objetivos
fundamentales. Estamos
convencidos de que ambos son necesarios para respaldar una
estabilización monetaria efectiva en la región y para contribuir a
mantener el curso de la integración andina y
latinoamericana. No, por
cierto, como aparentemente se habría comentado durante la recién
terminada Asamblea del Banco Mundial en Washington, para quitarle
espacio al Fondo Monetario Internacional.
Ni mas
faltaba. Al
contrario, consideramos que debería haber una acción complementaria
entre las dos instituciones. Nuestros
propósitos son sin duda coincidentes en parte pero la razón de ser
del Fondo Latinoamericano de Reservas trasciende al objetivo del
FMI. Y eso
determina enfoques, procedimientos, mecanismos crediticios y
condicionalidades específicas. Nuestra
apreciación de la relevancia para nuestros países de esta función
monetaria supranacional es tal que nos hemos propuesto convertir al
FLAR en un auténtico Fondo Monetario
Latinoamericano. Pocos
dudan de que el nuevo orden económico internacional se articulará
sobre la base de bloques de países. La competencia será integral
y cada vez más exigente. En tales
circunstancias la participación de América Latina dentro del
contexto mundial, será mucho más efectiva si cuenta con una
institución monetaria supranacional fuerte y prestigiosa, por su
capacidad financiera y por su autoridad
técnica. De un
centro propio de provisión complementaria, óptima y significativa de
reservas internacionales, directamente y mediante su captación
previa de los mercados mundiales de capital, para atender tanto a
los Bancos Centrales como a los sistemas bancarios nacionales, de
ser ello necesario y en términos convenidos
colectivamente. Ese
Organismo que vislumbramos y hacia el cual estamos dirigiendo
nuestra gestión será un instrumento esencial para consolidar la
integración económica de América Latina afirmando el camino hacia
una moneda común. La
historia nos enseña que la unificación monetaria ha sido siempre
precursora de la unidad política. Y eso, en el fondo es, para
nosotros, la meta.
La
culminación de un ideal –que es el ideal bolivariano y que ha estado
allí, demasiado tiempo, esperando su realización.
Señores
Ministros Señores
representantes plenipotenciarios de los Gobiernos
Latinoamericanos. Solo
depende de
nosotros. |
http://www.sela.org
sela@sela.org
SELA,
Secretaría Permanente
Av Francisco de Miranda, Torre Europa, Piso 4,
Urb. Campo Alegre,
Caracas 1060- Venezuela
Tlf: (58) (212)
955.71.11 Fax: (58) (212) 951.52.92