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25 años del SELA: misión y perspectivas

Carlos Alzamora
Embajador peruano. Fue Secretario Permanente del SELA entre 1979-1983.

Caracas, 17 de Octubre de 2000.

Si es nuestra misión hacer un análisis serio, honesto y constructivo, no debemos disimular la realidad de los factores de crisis que enfrenta el SELA.  No es una realidad de hoy, ni de ayer, ni de anteayer, y somos los Secretarios Permanentes quienes debemos dar testimonio de los factores de esa crisis y asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponda.

 

Por eso ha hecho bien el Embajador Boye -a cuyo brillante y esforzado liderazgo quiero rendir homenaje- en convocarnos en esta ocasión para hacer juntos el balance histórico del Sistema y de su futuro.

 

Debemos preguntarnos en qué pudimos haber fallado, en las circunstancias del momento. Recordemos que ese mismo año de 1975 que hoy conmemoramos, los países latinoamericanos habían decidido normalizar sus relaciones con Cuba, y la consecuencia obligada de esa decisión era su inclusión en la organización regional que entonces se formaba. 

 

Y por lo tanto esa no resulta una razón de la crisis, si bien sirvió para encubrir peligrosos embates desde los extremos del espectro político de la época, algunos viscerales e ingenuos pero otros cargados de segundas intenciones.

 

Porque la homogeneidad política de los 60 se había perdido en los 70 y había casi tantos gobiernos militares y autoritarios como civiles y democráticos, y la irrupción de los regímenes conservadores y sus doctrinas económicas estaban frustrando el proceso de integración.

 

La integración latinoamericana no era una responsabilidad atribuida constitucionalmente al SELA y, no obstante, el SELA hizo el máximo de su esfuerzo por reactivarla, impulsarla y coordinarla dentro de su recortado mandato institucional. Fueron muchas las reuniones de los mecanismos de integración de la región promovidas y organizadas por el SELA, y todas ellas arribaron unánimemente a pronunciamientos visionarios y valerosos, en inéditas y fraternas expresiones de su identidad de miras y de esfuerzos, que en esos años lánguidos lograron mantener la fe y galvanizar la mística de la integración.

 

América Latina seguía sin un foro político autónomo que pudiera pronunciarse sobre las intervenciones armadas y el acoso político o económico a Estados Miembros del SELA, pero el SELA también lo hizo. Y mientras los Grupos de Contadora y Apoyo lograban formarse y  organizarse para contener otra intervención directa, el amparo del Comité de Acción del SELA para la Reconstrucción de Nicaragua contribuyó eficazmente a defender la soberanía de otro Estado Miembro.

 

Y fue igualmente en el SELA donde se consiguió la única expresión unánime de solidaridad con la Argentina cuando la Comunidad  Económica Europea le impuso sanciones económicas al margen de la legalidad internacional. Tampoco fallamos allí nuestra responsabilidad. Y no me atrevo a creer que esos históricos logros latinoamericanos, entre tantos otros, puedan ser cabeza de proceso contra el SELA.   

 

A esos logros se suma la larga y exitosa tradición de asistencia y apoyo que los países de la región demandaron y obtuvieron siempre del SELA, y que permitieron a América Latina y el Caribe –personificados por ilustres estadistas y pensadores- ocupar un destacado lugar de vanguardia y de liderazgo intelectual y político en la compleja negociación económica, comercial y financiera internacional, que buscaba para nuestros pueblos un destino mejor y un futuro más promisor.

 

No hubo una sola instancia en esa negociación en que los países de la región no requiriera como indispensable el apoyo del SELA y su rol coordinador y concertador, que siempre valoraron con reconocimiento.

 

Pero cuando, al influjo de las nuevas teorías, el individualismo egoísta y miope volvió a levantar cabeza, y cuestionó la necesidad y la utilidad del apoyo del SELA, América Latina y el Caribe empezaron a desaparecer de la escena mundial.

 

Porque el SELA surge como fruto del desencanto, el agotamiento o la frustración de los demás foros: la CECLA, la ALALC, los tropiezos del Pacto Andino, el colapso del mercado común centroamericano y también voluntad general de incorporar al Caribe y la imposibilidad estructural de la OEA para representar a América Latina y enfrentar con autonomía sus crecientes problemas económicos.

 

Surge para buscar un mínimo consenso, una mínima voluntad política común para superar las diferentes concepciones del desarrollo y de la integración, en un momento en que la realidad de la negociación del poder entre los bloques mundiales reclamaba también un mínimo de consulta, coordinación y cooperación entre los latinoamericanos y caribeños.

 

El SELA se crea para construir ese puente y consolidar la fragmentada unidad regional. Pero se le restringe de inicio las facultades y las competencias y se debilita su solidez instititucional por temor a perder la más mínima cuota de soberanía nacional, una soberanía que, en buena medida, va a ser sacrificada, menos de diez años después, al Fondo Monetario Internacional y a los acreedores extranjeros.

 

Ese pecado original de condenar al SELA a enfrentar los grandes problemas económicos continentales y mundiales sin ningún recurso político, y esa renuencia a encarar los grandes temas de fondo con criterio político y no sólo técnico, por predominantemente económicos que fueran, van a tener un alto costo para la región como lo probará, entre otros, el trágico caso de la deuda.

 

Porque cuando finalmente el SELA logra convocar en 1980 -dos visionarios años antes del estallido de la crisis- la primera reunión en la historia de Ministros de Finanzas de la región, con la precisa finalidad de prepararnos y defendernos concertadamente, los Ministros evaden el problema de la deuda, lo encubren, lo minimizan y se niegan durante cuatro fatales años más a discutirlo. Y esa ceguera política para advertir y enfrentar la crisis inminente, que les señalaba el SELA -y únicamente el SELA porque nadie más la advertía ni denunciaba- condenó a los pueblos latinoamericanos a la más grave y costosa crisis de su historia. Pero, una vez más, el SELA había cumplido y salvado su responsabilidad. Y lo seguiría haciendo terca y esforzadamente durante veinte años más.

 

Pronto los gobiernos se darán cuenta del error de subestimar el fondo político del problema, y ya en la Declaración de Mayo de 1984 los Presidentes de Argentina, Brasil, Colombia y México, a los que se suma luego el de Venezuela, convocan -en primer lugar- a los Cancilleres, y -en segundo plano- a los Ministros del área financiera, a reunirse de urgencia para discutir la grave situación de la deuda, lo que ocurrirá un mes después en Cartagena a invitación del Presidente Betancur.

 

Pero ya es tarde. El momento para la concertación efectiva y oportuna, que afanosamente buscaba el SELA desde 1980, se ha perdido, y se producirán fatales deserciones, que imposibilitarán la unión que, desde su restringida óptica técnica, los Ministros de Finanzas no valoraron ni propiciaron. Y América Latina perderá la batalla y sus pueblos serán condenados a cadena de deuda perpetua.

 

¿Estaremos repitiendo ese grave error histórico, devaluando al SELA, evadiendo sus compromisos, ignorando o menospreciando al único foro latinoamericano de concertación? ¿Justamente cuando las respectivas dinámicas de sus procesos de integración y desarrollo requieren convergencia y concertación?

 

¿Estarán nuestros dirigentes dispuestos a asumir esa responsabilidad y su costo político? No estoy tan seguro. En América Latina soplan nuevos aires de renovación y de reafirmación latinoamericanista. Y en la patria de Bolívar, sede del SELA, se levanta una poderosa inspiración redentora de su mensaje unionista que será difícil de arriar, mientras en los demás países de la región la frustración con los ruinosos resultados del sometimiento al dictado de moda, y con la tendencia fragmentarista y centrífuga se hace sentir cada vez con mayor fuerza.

 

Y si hubiera alguna duda del sentir de nuestros pueblos, recordemos solamente los violentos fiascos de la reunión de la OMC en Seattle y la del Fondo y el Banco en Praga y preguntémonos con la mano en el corazón en qué ambiente se desenvolvería hoy la celebración de una de esas reuniones en una capital latinoamericana.

 

La realidad de nuestras economías, bajo el impacto de la recesión, la deuda, el desempleo y la miseria reclaman nuevamente una revisión conjunta de las potencialidades propias y soberanas de una región que en esta etapa de obsecuente acatamiento vio duplicarse el número de sus pobres y perderse no una sino tres décadas de desarrollo, como había predicho repetidamente el SELA y, una vez más, sólo el SELA.

 

El diagnóstico integral y las recomendaciones específicas que contienen las "Bases para una respuesta de América Latina a la crisis económica internacional", preparadas conjuntamente por el SELA y la CEPAL en 1983, y la Declaración de Quito, que el SELA contribuyó activamente a formular en 1984, mantienen, casi veinte años después, su validez y vigencia y, en este momento de duda, confusión e incertidumbre, debieran ser objeto de revisión periódica.

 

No echemos a saco roto las experiencias de un pasado tan reciente y aleccionador y reconozcamos con sinceridad quien se equivocó: si la tesis de la convergencia o la tendencia a la dispersión, si el mandato de la concertación o la fatalidad del individualismo, si la construcción del potencial común o la resignación conformista. Nadie podrá negar que el SELA sostuvo y propugnó siempre la primera de esas alternativas.

 

Y por ello cabe incluso preguntarse si en el haberlo hecho con visión y coraje, si en el haber probado su acierto histórico, no está, por cruel paradoja, quizás por complejo de culpa de sus críticos o por interesada renuencia a admitirlo, la raíz y la razón de la latente crisis del SELA.

 

Si hoy esta verdad no se reconociera, el tiempo la reconfirmará y una vez más será tarde, pero quienes tenemos la convicción de que así fue, porque vivimos desde adentro el drama de los rumbos y las oportunidades perdidos, tenemos el deber de decirlo para que no se vuelvan a perder.

 

Sin embargo, todo ello podría explicarse por las circunstancias de la época y las diferencias existentes en torno a la unidad y el destino de la región, a la integración y al desarrollo. Pero lo que no se explicaría es que hoy, que hemos recobrado virtualmente la homogeneidad política, que compartimos un cierto patrón macroeconómico, que hemos superado la casi totalidad de los conflictos históricos que nos separaban, que ya no se puede esgrimir contra la unión el argumento de una soberanía tantas veces sacrificada, que la región no logra alcanzar el necesario ritmo de desarrollo ni de integración, y que no es aún reconocida como interlocutor a nivel mundial porque no sabe presentar una identidad institucional propia, no se explicaría, digo, que se devaluara y subestimara al único foro de coordinación, cooperación y concertación entre todos los Estados de la región, capaz de darle la representatividad y la presencia internacional que busca y necesita.

 

En este contexto negativo se ha producido recientemente un acontecimiento capaz de alterar profundamente las características y proyecciones del cuadro descrito. Me refiero a la Cumbre Sudamericana de Brasilia, es decir a la reunión exclusiva de los presidentes de los Estados sudamericanos.

 

La histórica convocatoria del Presidente Cardozo a los Presidentes de Sudamérica para afrontar esta definición crucial de su destino podría abrir un nuevo capítulo en la vida de la región y el rumbo de su proceso de integración, y enfrentar a los Estados Miembros del SELA a nuevos desafíos, nuevas oportunidades y nuevas reformulaciones para acomodar la nueva realidad de un espacio sudamericano de integración, que bien pudiera ser dinámico núcleo del Sistema.

 

Permítaseme recordar, al respecto, que la última reunión de Secretarios Permanentes del SELA, tuvo lugar en México en 1994. En esa ocasión, en que el concepto histórico de la integración latinoamericana confrontaba los múltiples desafíos de NAFT A, la Iniciativa de las Américas, la OCDE y aún la exótica tentación de la NATO, se dijo con visión y honestidad lo siguiente (y cito):

 

"Las metas y los tiempos del proceso integracionista latinoamericana requieren de esclarecimiento para coordinar esas metas, esos tiempos, esos espacios económicos, esas aproximaciones parciales y graduales y para concertarlos en función de un interés común. Y el SELA puede jugar un rol preponderante en resolver estas legítimas interrogantes e iluminar conciencias y caminos".

 

"Porque .. en América Latina no se está hablando suficientemente del rumbo de la integración y sobre todo no se está hablando claramente.  Y es bueno hacerlo aquí en México, que busca con empeño la realización de su gran destino nacional, sin perjuicio de su latinoamericanismo y su compromiso histórico con la integración. Si esa integración será sudamericana, latinoamericana o finalmente interamericana nos lo dirá el tiempo, pero América Latina no puede seguir deshojando por más tiempo las margaritas de la definición de su destino" (fin de la cita).

 

Una vez más el SELA había previsto el futuro. Al fin y al cabo 6 de los 7 Secretarios Permanentes del SELA pertenecen a países participantes en esquemas sudamericanos de integración y tal vez por ello vieron con claridad y anticipada perspectiva el cuadro que se ha ido conformando

 

Pero durante 6 largos años más, América Latina -siempre privada de un órgano concertador auténticamente reconocido, de un think-tank realmente aceptado, de una estrategia regional sinceramente admitida, por acertados y visionarios que fueran- siguió deshojando las margaritas de su incertidumbre y su indecisión.

 

Con esa demora perdieron la región y el SELA, nuevamente desoído. El Presidente del Brasil y sus colegas sudamericanos han resuelto ahora encarar esa realidad y mirar hacia un futuro que no puede supeditarse a amarras o vetos que detengan el camino, ni rezagarse por falta de consensos formales.

 

Pero el paso histórico de Brasilia -iniciado por Fernando Henrique Cardozo, de los actuales mandatarios latinoamericanos el más identificado y vinculado históricamente al SELA y a las ideas del SELA- reclama también una definición frentea la región y su único órgano representativo, el Sistema Económico Latinoamericano, que debe ser integralmente regional para responder a su mandato y las exigencias del destino latinoamericano. Porque con fuerzas centrífugas y fragmentaristas no habrá Latinoamérica.

 

El espacio sudamericano de integración necesitará tarde o temprano de un mecanismo de coordinación y concertación, que hay que conciliar y armonizar con la actual realidad y los requerimientos presentes y futuros de la institucionalidad latinoamericana.

 

Porque al impulso renovador de Brasilia se une el mensaje fresco y vigoroso del Presidente electo de México, Vicente Fox, y su anunciado propósito de dinamizar el comercio en la región e impulsar su desarrollo, con proyectos visionarios como el Plan Puebla-Panamá, que bien podría mañana ampliarse al Caribe.

 

De la misma manera en que -como anticiparon los Secretarios Permanentes en México en 1984- la región se encontraba ya entonces frente a la disyuntiva realista de optar, en lo inmediato, por una integración sudamericana, latinoamericana o interamericana, hoy la irrupción formal de Sudamérica y la nueva dinámica norteña de México las ponen frente a la decisión, también insoslayable, de organizarse exclusivamente como tales o de renovar y reforzar también el organismo latinoamericano de cúpula, para salvaguardar la unidad funcional e institucional de la región y preservar su capacidad representativa internacional.

 

Si, en la actual coyuntura, queremos preservar nuestro legado de unidad y nuestro potencial presente y futuro, si queremos cooperación y apoyo recíproco y no rivalidad ni antagonismo, tenemos que proyectar ya la coordinación y concertación entre los polos de la dinámica regional que se van configurando.  Eso sólo puede hacerse dentro de un Sistema que contenga a todos sus componentes, y en Latinoamérica hay uno solo: el SELA.

 

En sus pronunciamientos de Brasilia ni el Presidente del Brasil ni ninguno de sus colegas sudamericanos, ni tampoco el Presidente electo de México, han renegado de su compromiso latinoamericano.  Y en esta coyuntura, los países miembros del SELA tienen la prerrogativa y a la vez la responsabilidad de sugerir todas las formas de consolidarlo, fortalecerlo, readaptarlo o reorientarlo, salvo las que pudieran conducir a debilitarlo o neutralizarlo.

 

Porque mientras en Europa y en Asia la institucionalidad se consolida o se construye, en América Latina no podemos proceder a su demolición, abiertamente o no, y hay que decidirse a terminar de crearla.

 

Ningún Estado Miembro abandonó el SELA durante este cuarto de siglo, ni aún en las peores épocas de la heterogeneidad. Porque eran conscientes de que, de hacerlo, abandonarían su destino unitario, el mandato de sus Libertadores y el anhelo de sus pueblos. ¿Podríamos desbandarnos, en cualquier forma, ahora que hemos alcanzado virtualmente la homegeneidad y hemos superado nuestros conflictos?

 

Pero si decidimos reiniciar nuestro avance juntos, no cometamos el mismo error de 1975 y démosle al proceso las facultades necesarias.  En el diálogo y la negociación del poder mundial, que no hemos sabido o podido aprovechar.  Latinoamérica -con el Caribe- es el interlocutor oficial. Parece muy tarde -o quizás muy temprano- para lo que lo sea Sudamérica.  Pero no olvidemos tampoco que hasta que los franceses inventaron, no hace mucho, el término de América Latina el mundo nos conocía como Sudamérica y a todos nosotros como sudamericanos. Y que es innegable que en el frente latinoamericano el factor sudamericano organizado puede ser un fiel personero del interés auténtico y soberano de la región.

 

En esta nueva perspectiva geopolítica pudiera ser -no quiero creerlo- que a algunos parezca que el SELA les quede demasiado holgado, que sobre y que incluso incomode. Previendo esa reticencia, el SELA reclamó siempre el rol de coordinador y concertador de los movimientos subregionales de integración, pero nunca se le reconoció.  Y quizás esté allí también la razón -mucho tiempo subconsciente- de la frustración histórica de ALALC e incluso de ALADI.  De habérsele reconocido, es muy probable que el SELA hubiera encaminado y acelerado el proceso de la integración, con un sentido convergente, estratégico y unitario, que con oportunidad hubiera podido superar, con la visión política que siempre faltó, los escollos del proceso. Hoy se reabre esa posibilidad y no debiéramos volver a perderla.

 

La nueva situación exige, quizás, nuevas herramientas y nuevas adecuaciones para adoptar políticas que cuenten, ahora sí, con un apoyo efectivo, convencido y sincero.  Y valga anotar aquí que causa inquietud y desconcierto el que países claves de la región no abonen su cuota al SELA desde hace años, omisión incomprensible que no puede escapar a la suspicacia de su lectura política.

 

Porque ¿es necesario sacrificar en este proceso las posibilidades del único foro auténticamente latinoamericano-caribeño?, ¿el único mecanismo de coordinación regional?, ¿el único órgano representativo de la región ante el mundo?

 

¿No sería más visionario y consecuente con el discurso cotidiano de nuestros mandatarios hacer de él el foro de convergencia de nuestras corrientes integracionistas? ¿ Y organizar en el SELA la personería internacional de la región, la sudamericana y las otras, para participar con más éxito en la negociación del poder mundial?

 

El Presidente Cardozo ha dicho, con toda razón, que no podemos seguir siendo simplemente informados por los poderosos del Grupo de los 7, o los 8, de sus decisiones de alcance universal y de sus acomodadas evaluaciones de la economía mundial.  Pero no olvidemos que, precisamente para salirles al paso y contestar esas versiones parcializadas e interesadas, se formó hace 15 años el Grupo de los 15 -de los cuales 5 países eran latinoamericanos- pero que nunca pudo cumplir ese cometido, entre otras cosas porque los presidentes de los países latinoamericanos miembros del mismo no asistían a sus Cumbres.

 

¿Qué pasa con Latinoamérica que no acierta a convertir sus planteamientos en acciones? ¿Que no logra organizar una defensa efectiva de sus intereses? ¿Que sigue siendo relegada en los foros mundiales e ignorada en los centros de poder? ¿No será que carece de la institucionalidad funcional de los demás, del mecanismo de concertación indispensable y dotado de las competencias necesarias? ¿Capaz de dar materialización, seguimiento y continuidad a los acuerdos de sus Cumbres, cualesquiera que ellas sean?

 

¿No es hora de hacer un honesto examen de conciencia, de cruda introspección y retrospección y admitir estas fallas fatales en nuestra incipiente y siempre recortada y debilitada institucionalidad? ¿O seguiremos por más decenios confiados todavía en el poder de la inspiración periódica, la generación espontánea de las soluciones o la fuerza motriz de la retórica?

 

¿Y qué  pasa  con  Latinoamérica  que  no  advirtió  que  sólo  el  SELA había mantenido  -cualquiera que fuera el origen de sus Secretarios Permanentes- una trayectoria rectilínea, invariable y congruente de pensamiento y de acción, y que con décadas de anticipación adelantó los diagnósticos y recomendaciones que hoy se reconocen como válidos? ¿ Que acertó visionariamente en sus planteamientos y reclamos de acción sobre la unidad y la integración convergente, sobre la deuda, y sobre la organización de un poder concertado de interlocución y negociación?

 

Y esta no es jactanciosa pretensión de acierto a posteriori.  Allí están las actas, los informes, las propuestas, los acuerdos y las resoluciones del SELA y su Secretaría Permanente durante estos 25 años, para quien quiera confirmarlo.

 

Pero no se trata de mirar atrás con la satisfacción de un compromiso cumplido con honor.  Y sea esta ocasión propicia para saludar la integridad y el coraje con que -en la edición especial de nuestra revista que hoy circula- mis colegas los Secretarios Permanentes, pasando por encima de consideraciones personales de función, carrera o expectativa, han dado clara y minuciosa cuenta de nuestros esfuerzos por reducir la vulnerabilidad de la región, organizar su potencial y afirmar su identidad y su presencia en el mundo; tantas veces frustrados por la falta de una voluntad política visionaria, con el inevitable resultado del grave retroceso de la región en todo esos frentes.

 

No se trata, digo, de reclamar méritos ni de halagar vanidades.  Se trata hoy de aprovechar la experiencia para no repetir errores y para decidir el nuevo rumbo con acierto. Se trata, en fin, de renovar y potenciar el compromiso contraído en 1975 para la creación de la que, 25 años después, sigue siendo la única organización intergubemamental latinoamericana, que integra a todos los Estados de la región, y sólo a ellos, en la defensa autónoma de su interés soberano, en el impulso convergente y concertado de su integración y en el ejercicio de la representatividad institucional de la región ante el mundo.

 

Con esa tarea, a la cual el Embajador Boye aporta hoy su lúcida y firme conducción, estará siempre identificado y comprometido nuestro modesto esfuerzo.

 

 


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