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    25 años del SELA: misión y perspectivas

    Carlos Moneta
    Internacionalista argentino. Fue Secretario Permanente del SELA entre 1995-1999.

    Caracas, 17 de Octubre de 2000.

    I. El legado de la historia: del dominio de la política al de la economía

     

    La historia de América Latina y el Caribe, nos enseña que a lo largo de sus distintos periodos ha predominado una alta dependencia de las condiciones y los factores externos. A pesar de los esfuerzos realizados, no hemos alcanzado los objetivos que nos hemos planteado en términos de desarrollo integral y de inserción externa. La región ha perdido gravitación en la economía y en la política mundial y permanecen sin solución problemas tan graves como los del rezago tecnológico y de gestión, la educación inadecuada y muy particularmente, los flagelos de la inequidad, la marginación y la pobreza.

     

    En ese contexto, las principales causas internas y externas que incrementan las dificultades para alcanzar un desarrollo e inserción internacional adecuada de América Latina y el Caribe continúan no solo vigentes, sino que numerosos factores indican que se agravarán en el futuro. No obstante, si bien los países de la región son capaces de asumir ciertas posiciones criticas, no parecen dispuestos a explorar otros caminos, distintos a los señalados por los actores que hoy dominan los escenarios y las visiones de la globalización.

     

    La visión que asumamos de la globalización resulta fundamental, ya que a partir de ella toman forma distintas evaluaciones del proceso latinoamericano y caribeño y se buscarán soluciones diferentes a los problemas del desarrollo, de la integración y de la inserción externa de la región. Las interpretaciones de la globalización condicionan, en gran medida, las estrategias y el comportamiento de los actores e instituciones, así como el diseño de las políticas que se presentan como alternativas viables para el logro de nuestros propósitos.

     

    Comprobable empíricamente, el legado del siglo XX presenta grandes contradicciones y no parece haber sido positivo para nosotros. El mercado y la economía política, a pesar del gran crecimiento económico mundial obtenido, no han podido evitar conflictos sangrientos, acrecentar la equidad ni transformar las relaciones económicas internacionales de un juego mercantilista y financiero de suma cero, a un juego de suma variable, positivo1. La consolidación de un mercado mundial de bienes, servicios y finanzas ha limitado la autonomía y eficacia de las políticas económicas nacionales, acentuando la necesidad de una coordinación internacional más amplia y profunda, objetivo muy difícil de alcanzar.

     

    Además, las diferencias entre países ricos y pobres ha aumentado, al igual que las disparidades internas, aún en los países industrializados. A pesar de todos los esfuerzos para vencer el subdesarrollo se ha mantenido, en lo sustancial, la inalterabilidad de las posiciones relativas entre las regiones industrializadas y en desarrollo, con América Latina y Africa ocupando los últimos puestos y Asia del Pacífico ascendiendo posiciones en ese conjunto.

     

    Por otra parte, la economía de mercado no es condición suficiente de la democracia. Si bien puede crear situaciones de bienestar material que posibiliten transiciones hacia ella, resulta luego incompatible con ese tránsito. La integración mundial de las finanzas vincula las elecciones nacionales y los contenidos programáticos de distintos países impulsando su homologación, la adopción de políticas que no se vean penalizadas con tipo de interés más elevados, quebrando la autonomía de los procesos políticos con respecto al mercado mundial.

     

    Al parecer, nos encontramos atrapados entre incorrectos discípulos de Keynes y entusiastas y mediáticos nietos yuppies de Hayek. La concepción económica actualmente predominante extiende el cálculo del "Homus economicus" a toda las manifestaciones no económicas de la vida individual y colectiva; "Una" racionalidad trata de ser impuesta como "la" racionalidad2.

     

    II. El siglo XXI: ¿Sociedades pluriculturales y abiertas frente a proceso de integración cerrados?

     

    Trabajar hoy en el plano de "lo real" implica, por petición de principio, superar todo "enfoque único", abrirse a la incertidumbre y la complejidad, aceptar que existen numerosas vías para arribar al punto deseado y que la conceptualización de ese punto admite distintos contenidos y referentes, igualmente válidos.

     

    No existe entonces, una visión única de la globalización, de sus elementos constitutivos,  de su evolución ni de sus efectos. Conviven e interactúan distintas percepciones, prácticas y normativas sobre qué significa globlalizarse3.  Ante esta realidad compleja y multiforme, donde hay que actuar todos los días bajo la enorme presión de la coyuntura pero ante la cual necesitamos revisar críticamente los dogmas y condicionamientos automáticos, la coordinación y cooperación entre los países de América Latina y el Caribe cobra pleno sentido; el acuerdo es necesario y el equilibrio de poderes, indispensable. Vuelven a adquirir importancia las instituciones que, como el SELA, fueron creadas para acercar a los países de la región, posibilitar un diálogo fecundo entre ellos y reafirmar su presencia en la escena política y económica internacional.

     

    Consideramos que un cuarto de siglo atrás, en el momento de su creación, hoy, y también, mañana, el SELA, junto con otras instituciones regionales, tienen una doble misión que cumplir: contribuir a resolver de la mejor manera posible las situaciones de la coyuntura en los ámbitos de su competencia, pero no quedar prisioneros de ella. Asimismo, una de las principales tareas del SELA es la de imaginar formas posibles de construcción del futuro, identificar rumbos viables para nuestro desarrollo, prever, alertar y prepararse para superar los problemas por venir.

     

    La imagen dominante y unidireccional de la globalización, si es aceptada, contribuye a que nos manejemos con una visión sesgada, que abarca solamente aspectos, enfoques y dimensiones particulares de ese proceso.

     

    Imaginar cómo desearíamos que fuese América Latina y el Caribe en el futuro, a partir de enfoques multidimensionales y plurales de la globalización requiere enfrentar el hecho de que existen culturas sectoriales en formación -en el consumo, en el trabajo, en la diversión, en la política- que incorporan nuevos valores y prácticas, modificando las anteriores. En ese marco debe destacarse las profundas mutaciones en la articulación y canalización de demandas y respuestas en las interacciones sociales, políticas, culturales y económicas. Esto significa la necesidad de innovar en todos los terrenos, examinando con sentido crítico los enfoques, prácticas y creencias que guiaron nuestra acción y muy particularmente, en la manera en que concebimos la participación de nuestras sociedades en el proceso integrativo y las instituciones que apoyan y orientan ese proceso.

     

    Se requiere, en consecuencia, introducir profundos cambios: no podemos impulsar nuestra integración en el contexto dado por las corrientes sociopolíticas y económicas del siglo XXI con instituciones, tanto nacionales como regionales, cerradas, abroqueladas a formas de conducción y de participación de los distintos actores sociales que estaban vigentes a principios del siglo XX. Poder responder adecuadamente a ese desafío requiere contar con proyectos nacionales al igual que con un proyecto regional o al menos, con sus simientes. Necesitamos ideas claras y orientadoras que puedan echar raíces en el imaginario, la razón y la voluntad de las sociedades de América Latina y el Caribe.

     

    Necesitamos, en mi entender, realizar un esfuerzo compartido por enriquecer nuestra visión de los problemas, vinculando a la economía con las otras dimensiones de la globalización. Pero ese ejercicio será en vano, si no conseguimos anclarlo en nuestras propias sociedades. Frente a fuerzas que se perciben como todopoderosas, laten las sociedades y actúan factores culturales que son alterados pero a la vez afectan y trascienden el orden económico. Existen, por lo tanto, valores y creencias, mitos, fuerzas que expresa todo colectivo social que -reconozcámoslo abiertamente- no ha sido, en la práctica, ni movilizado en favor de los procesos de regionalización e integración ni reconocido en su derecho a participar en la determinación de sus orientaciones. Casi no contamos con ellos más que por omisión o por reacción a rumbos actuales de esos procesos que no alcanzan a satisfacer y no son capaces de movilizar el apoyo pleno de nuestras sociedades.

     

    En el imaginario actual de América Latina y el Caribe, la globalización es percibida bajo dos prismas4 principales: el de la dimensión económica de la globalización, dominado por el paradigma neoliberal y, el de la integración regional. El primero exige la reconstrucción del modelo social para que se adapte a los requerimientos de una sociedad de mercado5. El segundo, procura sumar fuerzas -cumpliendo, sin transgredir, las pautas aceptadas por la economía neoclásica para su "correcto" funcionamiento- en procura de obtener una inserción competitiva en el mercado mundial. En ambos casos se intenta reemplazar a la política por el mercado. Este último se convierte en el referente de los propósitos, reglas y razón de ser de cada sociedad6. En ese proceso, acosados por la dupla de fuerzas que representa el deterioro de los mecanismos de cohesión social y cultural, la exclusión y la marginalidad por una parte y la presión de actores económicos internos y transnacionales por la otra, no se logra construir la imagen de país y de región que se desea; la política no puede fijar el rumbo de los cambios en marcha7.

     

    En América Latina y el Caribe, bajo el predominio contemporáneo de percepciones de la realidad que no han podido hasta ahora adquirir un grado adecuado de libertad con respecto al paradigma vigente, predomina una visión de la realidad básicamente unidimensional y determinista, regida por el "pragmatismo"8. Estamos abocados a una integración que en su esencia aún se limita al plano comercial, orientada al logro de un crecimiento cuantitativo, ex-orientado y concentrado en los EEUU y/o la Unión Europea.

     

    III. El papel de las instituciones en los nuevos procesos de regionalización y globalización

     

    En función de los procesos que hemos señalado, nos parece que la integración no puede ser más pensada predominantemente como expresión de formas económicas homogéneas, de perfecta cohesión y coherencia interna. Para ser viable, la integración deberá asumir no sólo las diferencias entre procesos subregionales que evolucionan separadamente, sino también las desigualdades, apropiaciones y combinaciones que las distintas sociedades realizan incorporando elementos propios y extraños en el marco de la regionalización y globalización.

     

    En ese contexto ¿Cuál es el papel que pueden jugar las instituciones?... La pulsión entre control nacional de las decisiones y la necesidad de avanzar hacia nuevas formas de soberanía y decisión compartida -operables, bajo un enfoque tradicional, con instituciones intergubernamentales y supranacionales cuya agenda y campo de acción no ha sido sustancialmente modificado- aún no ha sido resuelta. Un segundo enfoque, sobre el cual nos hemos explayado en esta presentación, responde a la capacidad y perfil que se les asigne: ¿serán abiertas y flexibles y darán mayor lugar a la interacción de los problemas sociales, ambientales y culturales con los económicos o se mantendrán como instituciones cerradas, de alcance sectorial y carácter casi exclusivamente intergubernamental? Estas son las preguntas que aún carecen de respuesta en América Latina y el Caribe. Esta situación afecta tanto al SELA como al resto de los organismos regionales, ya que esas indefiniciones disminuyen las posibilidades de alcanzar un uso óptimo de esas instituciones.

     

    Si deseamos superar esta situación, debemos buscar otras formas de organización para las instituciones a cargo de la formulación y puesta en práctica de las políticas relativas a la integración y a la inserción internacional de nuestros países. Estas instituciones deben ser capaces de orientar y dar forma a las demandas de nuestras sociedades y simultáneamente, dar lugar a la incorporación de sus expectativas y necesidades. En nuestro campo de actividad puede significar, entre otras:

     

    i)          Explorar el papel que podría desempeñar la sociedad civil en los procesos de integración, en la movilización política de fuerzas sociales y en la construcción de alianzas con organizaciones no gubernamentales.

     

    ii)          Recrear el espacio de la esfera pública en el plano nacional y regional.

     

    iii)         Concretar la reestructuración de los organismos regionales y subregionales en función de los nuevos contextos operacionales y de los criterios de gestión operacionales en las primeras décadas del siglo XXI.

     

    iv)         Racionalizar las unidades de representación nacional en el exterior uniendo servicios, reduciendo costos y optimizando su capacidad operativa.

     

    v)          Organizar módulos de inteligencia estratégica en el campo comercial, financiero, científico y tecnológico.

     

    vi)         Establecer redes que vinculen a los connacionales en el exterior, estableciendo flujo de información, conocimientos y bienes en ambas direcciones.

     

    vii)        Iniciar asociaciones concretas en el campo de la ciencia y la tecnología en el plano subregional y regional.

     

    La lista de lo que puede hacerse aún contando solo con los recursos actuales es casi inagotable, a partir de la aplicación de unos pocos criterios: apertura intelectual; promoción de la creatividad, la innovación y la participación comunitaria; uso adecuado de los recursos humanos con que se cuenta; revisión crítica permanente y genuina voluntad política para transformar las ideas en acciones.

     

    Se trata de problemas peculiares de la región que solamente cuando asumamos con criterio propio las posibles acciones a adoptar, cuando éstas superen su condición de reactivas y el estadio imitativo, podrán adquirir mayores probabilidades de éxito.

     

    Como señalara Ilya Prigogine, el futuro no es algo dado. Los acontecimientos son el resultado de la interacción de distintas influencias. Cada acontecimiento presenta bifurcaciones, está abierto a una multiplicidad de nuevas trayectorias. En gran medida, la elección de una de ellas responde a la decisión humana; es una responsabilidad y un derecho que nos corresponde a nosotros materializar.



    1F. Ferrara "Caratteri essenziali dell'economia politica", en R. Bocciarelli y P. Ciocca, edit, Scrittori italiani di economia. Roma -Bari, Laterza, 1999 y, P. Ciocca, L'Economía Mondiale nel Novecento. Sociatá Editrice II Molíno, Bolonia, 1998.

     

    2P. Ciocca, L'Economía Mondiale nel...,obr. Cit. Y, R. Fametti e Ibrahim Warde, Le Modele anglo-saxon en question. Economica, Paris, 1997.

     

    3N.Garcia Canclini, La Globalización Imaginada. Paidos. Buenos Aires. 2000.

     

    4Se utiliza aquí el concepto de "prisma" por el juego de refracciones, de distorsión de proyecciones e imágenes.

     

    5Jesús M. Barbero, "Globalización y Multiculturalidad: N notas para una Agenda de Investigación", en Fabio López de la Roche, editor, Globalización. Incertidumbres y Posibilidades Tercer Mundo Editores, Bogotá 1999.

     

    6C. Moneta, "El espejismo económico. América Latina y el Caribe frente a la crisis" en, Laberinto Económico. SELA. Corregidor, 1999 y Richard Higgott, "Mondialisation et gouvernance: I'émergence du niveau régíonal, Politique Etranaeré No.2 été, 1997.

     

    7Norberto Lechner, "La democratización en el contexto de una cultura posmodema" en, Cultura Política v Democratización. FLACSO, Santiago 1987.

     

    8Iris M. Laredo, De lo intergubernamental a lo intrasocietal en la integración latinoamericana, papel de trabajo, Universidad de Los Andes, Venezuela, 1999.

 


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