Discurso del Secretario Permanente del SELA, Embajador Oto Boye,
    en el XXVI Consejo Latinoamericano del SELA
    Caracas, 18 de Octubre de 2000.

    Ha transcurrido casi un año desde mi elección al cargo de Secretario Permanente del SELA y hoy me presento, por primera vez, a darle cuenta al Consejo Latinoamericano de las experiencias acumuladas y de las reflexiones que ellas pueden suscitar con miras a una acción constructiva en el porvenir inmediato. Lo hago con enorme agrado y con cierta emoción, porque debo hablar de un tiempo fecundo, el del año 2000, cargado de estimulantes desafíos para América Latina y el Caribe, y también para el SELA, que nos ha colocado en el umbral de tareas de gran importancia para el futuro de toda la región.

     

    Esta afirmación inicial puede parecer, en lo que al SELA se refiere, desconcertante y pecadora de un exceso de optimismo ante el hecho, conocido por todos, de un organismo internacional como el nuestro, que atraviesa por graves dificultades de orden financiero que han limitado grandemente su accionar.  No obstante, presentaré ahora un cuadro que sitúa a todos los Estados Miembros en la necesidad de repensar el conjunto de la situación actual a la luz de los acontecimientos que rodean a América Latina y el Caribe, adoptando las medidas necesarias para enfrentar los nuevos desafíos. Y es en este contexto en el que veo al SELA ocupando de nuevo un rol de mucha importancia.

     

    Hemos repasado en el panel de los ex -  Secretarios Permanentes del SELA gran parte de la historia común que nuestras naciones han vivido desde la casi mítica década de los años 60 hasta ahora.  Dicha trayectoria muestra, en esa primera época, el surgimiento de muchas iniciativas integradoras, emprendidas con esa tremenda carga de ilusiones y esperanzas que caracterizaron a ese tiempo en que lo imposible parecía posible y los sueños se iban a hacer realidad; pero también nos exhibe el desenlace que tuvieron a poco andar, las más de las veces frustrante y con pocas razones para celebrar.  El único consuelo que nos ha ido quedando, es el de haber sacado importantes lecciones de todo lo sucedido y estar tratando de actuar en consecuencia.  Cada uno en sus respectivos puestos de trabajo sabe hoy que vivimos en un mundo de realidades duras y que nadie va a hacer  por nosotros las tareas cuya ejecución es responsabilidad  exclusiva nuestra.

     

    En la actualidad nos encontramos en pleno proceso de elaboración de una nueva arquitectura financiera internacional, como resultado de los cambios de todo orden que ha experimentado la humanidad en los últimos 25 años. Mientras en lo político cayó hasta un muro físico en Berlín, en otros terrenos irrumpió con fuerza el fenómeno que todo lo abarca y que ya a nadie deja indiferente, llamado globalización.  El nivel de intensidad y velocidad alcanzado por este hecho, de larga data en verdad, es lo que hoy nos golpea y reta.  Como decía en febrero de este año un destacado ejecutivo: "El mundo acude incrédulo al nacimiento de un nuevo estado, de carácter virtual, formado por 250 millones de habitantes y que crece a un ritmo mayor que ninguno de los países de la tierra. Me refiero a las personas que navegan sin fronteras a través de la red: los internautas".  Muchos millones se deben haber agregado ya a esta cifra en los meses que han transcurrido desde febrero a esta parte... Y este es sólo un ejemplo de este complejo acontecimiento, que aquí dejamos apenas mencionado.

     

    Frente a este contexto, un tema latinoamericano y caribeño que siempre ha estado en nuestros pensamientos y discursos, el de la integración, se comienza a ver desde un ángulo novedoso que le está devolviendo súbita fuerza y urgencia.   Hemos llegado en esta materia a una encrucijada que nos plantea el dilema de tener que abandonar esa meta para siempre, o bien, vernos compelidos a dar pasos muy concretos y firmes para avanzar hacia ella.  La globalización, que nos envuelve dinámicamente cada día más, nos está dejando un margen cada vez más estrecho para poder determinar, por nosotros mismos, la forma en que vamos a vivir en el futuro nuestra inserción en ella.  Y aquí surge con claridad absoluta, como una alternativa a la incorporación fragmentada, la inserción integrada. Comenzamos a ver que a la inserción en la globalización de una región latinoamericana y caribeña atomizada, como todavía sucede en gran medida, cabe responder mejor mediante una inserción con integración. ¡Esta es la respuesta que hemos comenzado a preparar!

     

    Durante el presente año se han movido en esta dirección, importantes energías regionales.  El hecho más relevante fue, sin lugar a dudas, la Cumbre Suramericana convocada por Brasil y celebrada en su capital, Brasilia, los días 31 de agosto y 1º de septiembre recién pasados.  Asistieron doce Jefes de Estado y de Gobierno y un Representante de México.  El SELA fue invitado como observador.  Esta Cumbre fue significativa, porque exhibió una visión sobre el desarrollo futuro de la región  que puede llegar a convertirse en una verdadera carta de navegación para la integración latinoamericana y caribeña.  En efecto, por un lado adoptó decisiones muy precisas en el ámbito ahí representado, como la cláusula democrática, la creación al 31 de diciembre del 2001 de una zona de libre comercio suramericana y un plan de infraestructura física para la integración, y, por el otro, los mandatarios de los doce países ahí presentes fueron enfáticos en reafirmar que la integración de toda la región latinoamericana y caribeña constituye, ni más ni menos, una “meta de política externa que está incorporada a la propia identidad nacional de los países de la regiónn” y que los países firmantes del Comunicado de Brasilia tienen un “compromiso” con ella.  Así, decidió, por una parte, acelerar la integración de América del Sur y, por la otra, ratificar el compromiso con la meta de la integración mayor; o sea, la que involucra a toda América Latina y el Caribe. En concordancia con esta afirmación tan categórica, los mandatarios consideraron necesario decir que "la consolidación y la instrumentación de la identidad suramericana contribuirán, así, al fortalecimiento de otros organismos, mecanismos o procesos regionales con un alcance geográfico más amplio", mencionando entre ellos al SELA.

     

    Me atrevo a afirmar que la reunión de Brasilia y sus importantes acuerdos y análisis, lanzó un desafío a toda América Latina y el Caribe y que ahora corresponde preparar la respuesta al mismo.

     

    También en el escenario de los hechos duros y concretos de la globalización se produjeron acontecimientos importantes. La llamada Ronda del Milenio en el marco de la OMC no pudo arrancar en Seattle, no por las agitaciones callejeras, que ciertamente llamaron la atención y causaron preocupación, sino porque puertas adentro, entre los participantes, no hubo acuerdo ni siquiera para acordar una agenda. El hecho tuvo la virtud de abrir un debate más franco y produjo reflexiones sugerentes y constructivas.  La UNCTAD dio el ejemplo pocos meses después en Bangkok.  Allí se abrió una puerta de esperanza cuando se pudo decir, con recuperada libertad, que el llamado "Consenso de Washington" debía revisarse, porque, en su aplicación, había mostrado resultados negativos en un campo tan decisivo y de tan urgente actualidad como lo era y es la pobreza, que sigue aumentando.

     

    Este hecho, que es sencillamente escandaloso y vergonzoso en un mundo con capacidades técnicas y financieras para solucionar el problema, ha sido colocado en la agenda del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.  Esto parece sugerir que los países  están comenzando a tomar conciencia de que si no hacen algo con urgencia, puede suceder que, como en el caso del Titanic aquellos que van en la cubierta de lujo corran el mismo destino que aquellos que van en los pisos inferiores.  La imagen es fuerte, pero estas son las cosas que hoy sugiere la globalización.  Estamos todos sentados en la misma nave y el enmendar el rumbo interesa a todos por igual.  Estos tonos volvieron a escucharse en Praga hace pocos días, en la reunión de los organismos de Breton Woods, donde por primera vez, se valoraron positivamente los esfuerzos integracionistas que se intentan en diversas regiones del planeta.  Hay que observar que este tema había sido prácticamente tabú en el pasado.  Soplan, entonces, vientos refrescantes, que pueden ser el preludio de cambios trascendentes en los paradigmas políticos, económicos, sociales y culturales manejados hasta ahora.

     

    Pero no esperaba, en esta ocasión, tener que salirme de la región y de sus problemas.  En este mundo tan intercomunicado, nada de lo que sucede en el planeta puede sernos indiferente. Por eso, la situación del Medio Oriente nos tiene consternados. Creo que interpreto a todos si expreso desde aquí nuestro vivo deseo para que se encuentre la paz y cese el recurso a la violencia con todas sus terribles consecuencias. América Latina y el Caribe, una región que vive en paz y que cada vez más resuelve sus conflictos por vías jurídicas, no queda indiferente frente a la mencionada situación. ¡Que la paz llegue lo antes posible en el Medio Oriente!

     

    Los latinoamericanos y caribeños aquí representados debemos preguntarnos si podemos hacer todos juntos algo que nos permita responder a los diversos desafíos planteados. Trataremos, con humildad, pero con fuerza, de proponer algunos caminos surgidos de la reflexión y de los diálogos sostenidos en el curso del año. Veo dos ámbitos prioritarios y complementarios. Ellos se refieren a la articulación y coordinación entre los sistemas subregionales entre sí y a la institucionalidad de la integración latinoamericana y caribeña. Por un lado, es necesario aumentar sustantivamente las convergencias, porque ellas acercan a la meta principal.  Por el otro, hay que reconocer que si no abordamos el tema de la institucionalidad vamos a estar dando la señal definitiva de estar renunciando al objetivo que hasta hoy proclamamos como "meta de política externa que está incorporada a la propia identidad nacional de los países de la región", como acaban de decir los Presidentes de doce países de América del Sur en un párrafo de su Comunicado que ya citamos una vez.

     

    El SELA va a cooperar en estas dos tareas, porque ellas constituyen una necesidad urgente y corresponden plenamente a sus objetivos.  Sin perjuicio de otras iniciativas que componen su programa de acción, vamos a dedicar esfuerzos especiales para trabajar en los dos campos señalados.

     

    El SELA seguirá siendo un instrumento de reflexión regional que articule lo mejor de nuestro pensamiento colectivo, a fin de proveer elementos innovadores que enriquezcan la toma de decisiones de quienes tienen la responsabilidad en nuestros países de conducir o facilitar los procesos de integración en los niveles subregional, regional y global. Sin perjuicio de mantenernos alertas a los avances en el norte y en otras regiones de nuestro planeta, necesitamos enriquecer NUESTRA REFLEXION. Con la colaboración de nuestros gobiernos, nuestras universidades, nuestros centros de pensamiento y nuestros intelectuales podemos y debemos ser elementos funcionales en la superación de los desafíos que nos plantea el milenio que comienza.  Por eso reitero:  la cohesión de América Latina y el Caribe es esencial para insertarnos en el proceso de globalización en que vivimos.

     

    Pero limitaríamos la fortaleza del SELA si le encargáramos solamente la reflexión y la difusión del pensamiento, a pesar de lo necesarias y valiosas que son.  Hoy el SELA tiene que emplear una capacidad que posee para prestar servicios vinculados a las temáticas de la institucionalidad de la integración y de la articulación de los sistemas subregionales.  No se trata de buscar mecanismos burocráticos que impongan nuevas camisas de fuerza a los tímidos avances en algunos de los procesos en curso. Se trata de aprovechar la solidaridad existente para potenciar a nuestras empresas, de facilitar la apertura de mercados ya existentes o potenciales en nuestros países, de utilizar los ricos mecanismos vigentes de fomento a las exportaciones y de potenciar y aprovechar la oferta financiera y técnica disponible en las instituciones regionales, subregionales y nacionales.  En suma, se trata de potenciar al máximo "el sistema económico latinoamericano del siglo XXI".

     

    Antes de concluir, deseo hacer una muy breve referencia al siempre poco agradable tema del pago de las cuotas.   Quiero agradecer muy fervientemente a los numerosos países que, confiando en el SELA, han actualizado su situación o se encuentran haciéndolo.  Con respecto a los pocos países que aún no regularizan su situación los llamo a unirse al resto de la región en un gesto práctico de fortalecimiento de este valioso organismo que nos pertenece a todos.  Creo haber demostrado suficientemente que este instrumento creado hace 25 años tiene, por la fuerza misma de los hechos -¡y no por el capricho voluntarista de un Secretario Permanente ansioso de sobrevivir en el cargo!- una misión que cumplir al servicio de un porvenir mejor para toda la región.

     

    Concluyo, por todo esto, con la viva esperanza de que los Estados Mmiembros le den su apoyo entusiasta a los lineamientos gruesos aquí expuestos.  Si lo hacen darán una gran señal a toda la región y notificarán al mundo que vamos a tratar de participar en la aldea global con personalidad propia y con planteamientos que representen nuestros verdaderos intereses y anhelos.

     

 


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